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“Operación Catalina”

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Por Cristian Nielsen
Bien podría haberse llamado “Operación Catalina”. Suena bien aunque en esos días, como veremos, el Gobierno paraguayo no estaba en mano de gente con sentido del humor. Lo que pondría en marcha la Armada iba a convertirse en una operación combinada para evacuar de su país, y probablemente salvarle la vida, al general Juan Domingo Perón, cuyo régimen iba en picada por una sublevación general de los militares argentinos.

El timbre de alarma sonó el 16 de setiembre de 1955, cuando Buenos Aires amaneció con soldados en la calle, baterías antiaéreas emplazadas en cruces de avenidas y civiles armados dispuestos a asaltar medios de comunicación y callarlos.

Todo comenzó, para el Paraguay, en la madrugada del 20 de setiembre.

CÓMO LLOVÍA

El día amaneció con una lluvia torrencial sobre la capital argentina. El Dr.Juan Ramón Chávez fue llamado de urgencia a la Cancillería de la embajada porque hasta allí había llegado un “ilustre visitante”. Nada menos que Perón, ciudadano y general honorario del Paraguay, categorías que le habían sido concedidas por Alfredo Stroessner.

“Perón –relata el historiador norteamericano Joseph Page- estaba sentado en la cocina, tomaba mate y conversaba amablemente con algunos custodios y el cocinero”. El derrocado presidente era, de hecho, un fugitivo. Había abandonado la residencia de Olivos llevando un escueto equipaje personal que incluía, según el historiador,  “una valija con dos millones de pesos argentinos, 70.000 dólares y un retrato de Evita pegado a una miniatura de la Virgen de Luján”.

Como un verdadero “peludo de regalo”, el “tirano prófugo” como empezaban a motejarlo las radios adictas al golpe, llegó a las manos del embajador Chávez quien de inmediato empezó a urdir,  junto a su agregado militar, un plan de evacuación. Había que sacar cuanto antes de allí al visitante porque las calles de Buenos Aires bullían en piquetes militares y civiles armados dispuestos a cualquier cosa.

Por entonces estaba, surto en el puerto porteño, el cañonero Paraguay.

TODOS A BORDO

El “Paraguay” había sido llevado a Buenos Aires para algunas reparaciones y reemplazo de su planta motriz. Los trabajos estaban concluidos y la nave se aprestaba a emprender el retorno al mando del entonces teniente de Navío César Cortese. El capitán Andrés Samudio relataría, años después, cómo el refugiado llegó a bordo de la nave en medio de una fuerte lluvia y con el tableteo de ametralladoras como un distante y ominoso telón de fondo.

Perón se instaló en un camarote y su espíritu chacotero e inclinado a las bromas lo integró de inmediato a la tripulación con la que compartía largas charlas. Eran 80 hombres que servían a bordo, sujetos a una férrea disciplina y a una rutina estricta que los obligó, durante varios días, a mantener un estado de alerta permanente. Las radios tronaban contra el prófugo y en las cercanías grupos armados amenazaban con abordar la nave. Antonio Caffiero -hombre del peronismo “de la primera hora”, detenido el mismo 20 de setiembre que Perón se refugiaba en el cañonero-  cuenta en sus memorias que muchos civiles exaltados exigían a los jefes militares, en especial al radical almirante Isaac Rojas, que bombardeara la nave paraguaya para acabar de una vez por todas con el tirano.

En este clima bélico, Chavez y el comandante Cortese consideraron levar anclas y emprender cuanto antes el viaje a Asunción. Pero el flamante canciller de la junta militar, Mario Amadeo, desaconsejó el plan. Aguas arriba, en Rosario y Santa Fé, podría toparse con intentos de abordaje. Había que pensar otra cosa.

Entonces apareció el “Catalina”.

SOBRE LAS OLAS

Desde Asunción se comunicó al comandante del “Paraguay” que había sido despachado hacia Buenos Aires un hidroavión militar. Lo piloteaba el capitán Leo Nowak a quien acompañaban Angel Souto y Edgar Usher.

El transbordo entre el cañonero y el hidro tuvo momentos dramáticos durante los cuales Perón casi cae al agua. Sin pérdida de tiempo, Novak puso acelerador a fondo y emprendió el tortuoso despegue en medio de olas de casi dos metros. Perón, citado por Page, relata así el momento:

“El hidroavión bailaba impaciente sobre el lomo de las olas. El agua penetraba en la cabina y embestía con violencia el puesto de los pilotos… De repente sentí los motores bramar con furia sobre mi cabeza. El piloto enfiló hacia el mar abierto, pero el avión luchaba contra la corriente sin poder despegar. Parecía que estuviese pegado al agua. Seguimos flotando por dos kilómetros… entonces el avión se levantó unos metros pero volvió a caer súbitamente y con violencia sobre el río encrespado. El piloto no se desanimó, volvió a intentar el despegue y a poco rozamos los mástiles de una nave y finalmente pudimos emprender viaje”.

La Operación Catalina estaba en plena marcha.

TRISTE FINAL

Meses después de aquel episodio, Perón se perdió, para nosotros, en los callejones de la historia. Pero el hidroavión seguiría la suya. Se trataba de un PBY Consolidated Catalina de dos motores, desarrollados durante la WW II como avión de observación de larga distancia, también utilizado para evacuar pilotos caídos al mar.

Después de arrancar a Perón de un escenario de peligro, el Catalina con matricula ZP-CBA  tuvo que ser devuelto a su empresa original. Un gemelo suyo tuvo una vida un poco más prolongada en la Fuerza Aérea Paraguaya, sirviendo primero en la desaparecida TAM y luego como servicio de asistencia y rescate. Varios intentos por hacerlo volar de nuevo fueron infructuosos hasta que en febrero de 1989, su historia se acabó. Adquirido por un coleccionista privado, terminó sus días integrando la colección Fantasy of Flight en el museo de la aviación de Florida, EE.UU.

De la Operación Catalina, casi nadie ya se acuerda.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.