Cuando el globo aerostático empieza a caer, tiene dos alternativas: o aumenta su poder ascensional o suelta lastre. La tercera es estrellarse contra el suelo.
Aunque los estados no se estrellan, sí van en descenso a costa de la calidad de los servicios que están llamados a prestar, que es la razón por la que el ciudadano contribuye con sus impuestos.
El Estado paraguayo no es la excepción. Ha estado engordando incesantemente no sólo convirtiéndose en una agencia de empleos sino también agregando hasta el infinito órganos y miembros muchos de los cuales no cumplen ninguna función de utilidad a la vista. Un ligero repaso por el ordenador presupuestario nos da una idea.
¿Sirve para algo la Defensoría del Pueblo? Gasta Gs. 13.180 millones al año. ¿Y el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura? Nos cuesta otros Gs. 4.700 millones. Ni qué decir del Instituto Paraguayo del Indígena, que no representa ninguna utilidad para los pueblos originarios pero que insume otros Gs. 39.940 millones. Otras dos secretarías, la de Defensa del Consumidor y la de Inteligencia se fagocitan otros Gs. 11.300 millones. ¿Qué servicio útil prestan? Y dejamos para el final –de esta lista, no del PGN- ese verdadero museo llamado Dirección de Correos, que necesita otros Gs. 85.000 millones para seguir cumpliendo con alguna comunicación oficial que todavía se resiste al gobierno electrónico. Sólo en este puñado de entes el Estado derrocha anualmente más de Gs. 150.000 millones. ¿Puede seguir dándose esos lujos? Pregunta con trampa porque la respuesta no puede ser otra que nó.
Escuelas ruinosas, hospitales sin medicinas, caminos sin pavimentar, seguridad enclenque a causa de una policía mal armada, peor entrenada e inmovilizada en muchos lugares por falta de patrulleras, es un lujo que el Estado no puede darse. Hay prioridades que saltan a la vista pero que ningún turno en el Palacio de López ha sabido, o querido, ver. El problema es que, como se dijera en Caacupé en estos días, el ciudadano ya está harto –hastiado pastoreó un prelado- de que el Estado le sirva para poco y nada.
Mal atendido en hospitales, embarrándose en senderos fangosos y saqueado por motochorros y peajeros, el pueblo es ganado por un creciente mal humor que puede transformarse en algo más grave.
Cuidado con mirar para otro lado.