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Saudades del Estado empresario

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Cristian Nielsen

Durante el régimen de Alfredo Stroessner -1954-1989-, dos doctrinas económicas hicieron un desembarco tardío pero masivo en el Paraguay. Una de ellas fue el capitalismo de Estado, y la otra, el modelo industrial de sustitución de importaciones. El proceso fue casi simultáneo con Argentina con resultados de relativo a desastrosos. 

El paradigma del “estado empresario” se dio, en ambos países, con la nacionalización de los ferrocarriles.  Argentina dio el primer paso en 1948 cuando Juan Domingo Perón le compró a los ingleses la red ferroviaria más amplia de América Latina: 47.000 kilómetros de vías férreas distribuidas en seis líneas troncales. Cuando Perón le bajó el martillo por 150 millones de libras esterlinas, los trenes eran en Argentina una actividad ruinosa. Los ingleses salvaron la plata y guardaron algunos doblones antes de retirarse. Medio siglo más tarde, otro gobierno peronista iniciaría la privatización de los restos de un antiguo esplendor.

En 1961 y tras una pulseada con la empresa británica que aún conservaba su patrimonio, el Ferrocarril Central del Paraguay pasó a dominio del Estado paraguayo por 200.000 libras esterlinas. Sobrevivió un par de décadas en su formato pasajeros-carga y, finalmente, se redujo a una alternativa de flete terrestre frente a la imparable expansión del transporte carretero. Crónicamente deficitario, el FCPCAL entra al programa de privatización convirtiéndose en Fepasa, un transgénero empresario que no termina de desarrollarse. Permanece allí, como un dinosaurio supérstite que sueña con salir de la categoría a través del ilusorio proyecto de tren de cercanía.

LAS EXTINTAS – El Estado-empresario capaz de producir bienes o brindar servicios en formas competitivas entró en el camino de la extinción después de 1989, cuando sucesivos gobiernos entendieron que era inútil mantener en terapia intensiva compañías sin ningún futuro.

Una de las primeras empresas-emblema en precipitarse al olvido fue la gloriosa Flota Mercante del Estado, creada en 1945 y administrada por una suerte de comisión mixta de oficiales navales y funcionarios de los ministerios de Obras Públicas y de Industria y Comercio. Desde 1954 en adelante, Stroessner se empeñó en convertir Flomeres en una empresa moderna, desechando las advertencias que le decían que el sistema de motonaves (un motor, un barco) ya no era eficiente como transporte fluvial, en donde ya reinaban los trenes tipo Mississippi (un motor, muchas barcazas). El final se precipitó y en 1991 el Estado puso en venta su almacén de chatarra fraccionando el monstruo en cinco empresas. Fue inútil. El dinosaurio se extinguió. La bajante extraordinaria se ha encargado en estos días de desnudar algunos pecios varados en la arena.

Igual suerte corrió Líneas Aéreas Paraguayas, fundada en 1962 con aviones obsoletos y de escasa eficiencia en un mercado de altísima competitividad. LAP siempre estuvo a la zaga de los avances de la navegación aerocomercial en sus etapas del jet, del fuselaje ancho y de los aviones de fibra de carbono, silenciosos y económicos. Deficitaria y llena de funcionarios, LAP entró a la década fatal, los ’90, descapitalizada e inoperable. En 1994 terminó sus días como empresa de bandera y fue privatizada. En realidad, su verdadero valor radicaba en las rutas de dominio paraguayo que fueron siendo transferidas a empresas privadas.

LAS SUPERSTITES – Algunos retazos del Estado empresario sobreviven en forma de transgéneros que no terminan de definirse. Uno de ellos es ACEPAR, la acería nacida como SIDEPAR y que sufrió varias mudanzas de nombre y organización, pasando de empresa del Estado, a ente descentralizado para aterrizar finalmente como una sociedad anónima mentirosa denominada ACEPARSA en la cual el Estado dispone del 99,9 del paquete accionario y otro ente estatal el 0,1 restante. Pero ya fuera empresa estatal, ente descentralizado o sociedad anónima mentirosa, la acería es otro elefante artrítico incapaz de convertirse en una empresa competitiva, cayendo en manos de capitales golondrina y administradores que jamás entendieron el negocio. Subsiste porque aún no se ha enterado de que como negocio, está irremediablemente muerto.

Una situación similar enfrenta COPACO, la empresa de telecomunicaciones que sobrevive en un medioambiente dominado por tecnológicas de altísima performance, sobrepoblada de funcionarios, con una planta externa (cablerío y postes) que podría hacer más carrera como museo de las telecomunicaciones al aire libre que como una telefónica del siglo XXI.

LAS ÚLTIMAS — Y quedan otros rezagos del Estado empresario sustituidor de importaciones. CAPASA, heredera de la legendaria APAL, tal vez sea la que mejor enfrenta su decadencia. Siempre habrá un mundo listo para recibir sus cañas aromáticas, aunque producirlas les cueste más que el precio de venta. Tal vez su mejor patrimonio sea la espléndida esquina neoclásica a la que pocos transeúntes le prestan atención.

Y la frutilla de la torta, la Industria Nacional del Cemento, que anda a remezones, apretando tuercas aquí y allá a su desvencijada maquinaria y enfrentando la despiadada competencia planteada por el nuevo monstruo que arrancó en el norte y que amenaza con devorar la clientela harta de sus hornos que se paran diez veces al año y de su cemento que no aparece. 

Son los escombros de un Estado empresario que creyó competir con el capital privado alentando el ideal de las industrias estratégicas de gestión pública.

Todo lo que queda son edificios descascarados, mucho óxido y, bruma, mucha bruma. 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.