Vamos camino a un mundo de primera y otro de segunda
En 1987, la Organización Mundial de la Salud estableció el “Día Mundial Sin Tabaco”, que viene celebrándose regularmente cada 31 de mayo. Este hito marcó una especie de bisagra hacia el fumador como ser indeseable o, cuando menos, digno de ser segregado a un área específica, lejos de los demás. Hoy ya no se fuma en los aviones, en todo el mundo los recintos cerrados son libres de tabaco y existen ciudades como Santa Bárbara, en California y Groningen, en Holanda, que prohíben fumar en los espacios públicos al aire libre.
Ahora, esta guerrilla se traslada a la “era Covid” que empieza a formatear una especie de mundo de primera y mundo de segunda según esté uno vacunado o no, cualesquiera sean las razones. Aunque parezca mentira, hay en Europa, Estados Unidos y demás países desarrollados una suerte de movimientos supremacistas antivacunas, tal como los mormones se oponen a las transfusiones sanguíneas o los trasplantes de órganos.
En Paraguay los antivacunas no son siquiera visibles y, mucho menos, organizados. Al contrario, la gente quiere vacunarse, busca la vacuna y si no lo logra es más bien por desidia e inconsecuencia con sus propios impulsos combinadas con las frecuentes ineficiencias de la maquinaria estatal encargada de inmunizar a la población.
Pero “por las dudas”, ya apareció el infaltable legislador que, curándose en salud, arremetió con su proyecto de ley para establecer zonas de vacunados y no vacunados contra el Covid en sitios como restaurantes, pubs, discotecas, casinos, etc. Si la ley sale, los propietarios de estos lugares tendrán que disponer de una suerte de “recinto de apestados” por completo separado de “los vacunados”, una nueva forma de protocolizar la distancia social. En criollo se diría “rancho aparte”.
Esta nueva forma de segregación social no es made in Paraguay. Se la practica en muchos lugares. En Francia, quienes quieran entrar a shoppings, teatros, cines, estadios, etc. deberán estar vacunados con dos dosis anti Covid. Si no, no entran. Un parroquiano habitué de un concurrido mall de París decía a una cadena de TV: “No voy a hacerme la prueba cada vez que quiera ir al centro comercial. Es una pena para ellos, porque perderán clientes”. ¿Y por qué no se vacuna? preguntó el periodista. “Porque no quiero” fue la lacónica respuesta.
Vamos derecho, sin duda, a un mundo de primera y otro de segunda.
