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Siete lecciones que da el poder al político

  1. El poder se paga. El poder se paga caro. Todo el político que ejerce el poder sufre sus consecuencias y finalmente tiene que pagar una factura terrible. El poder se padece y pocas veces se disfruta. Y si se disfruta, es por tiempo breve, casi siempre al principio. ¿Por qué el poder cuesta tanto? Porque se ejerce desde la arrogancia, el miedo y el desasosiego. Extraña mezcla que lo hace fascinante. El poder siempre es tensión. El político siempre anda con la quijada dura. El político nunca se va  del poder de manera amable. El poder termina enfermando al político, alejándolo de la familia y los amigos. Su destino inevitable es la soledad.

 

  1. El poder enloquece. ¿Por qué el poder enloquece al político? Porque no es una carga fácil de sobrellevar. Porque nunca dará gusto a todos. Porque muchos le halagan y hacen que pierda el sentido de la realidad. El político termina pensando que es un ser superior. Que es mejor que los demás. Que puede hacer y deshacer. Que es dueño de las personas y el territorio que gobierna. Y de repente se cree un Dios.

 

  1. El poder destruye a la familia. Los costos más graves del poder, los asume la familia. Sí.  El poder termina envenenando la relación familiar. La familia vive las mieles del poder pero también sus hieles. Los enemigos políticos no tienen misericordias a la hora del rencor y la venganza. También la familia es blanco de la maledicencia de los adversarios. Ni se diga el poder que ejercen los parientes del poder, que no en pocas ocasiones meten en gran problema al político.

 

  1. El poder enferma de soledad. La soledad es el destino inevitable de todo político. Cuando el político pierde su poder, se siente traicionado por quienes le rodean. Por quienes antes le siguieron. Se siente agraviado por los enemigos que lo atacan sin descanso. Se siente decepcionado de aquella parte de la familia que solo le trajo insensatez y frivolidad. Finalmente su refugio es la soledad. El político ya no tiene confidentes. Desconfía de todos y de todo. Entonces se refugia en la soledad. La soledad que finalmente es su destino.

 

  1. El poder vuelve cruel. El poder engendra también una sed de mal, en el político. Una sed de humillar, hundir o amenazar a quien se le atraviesa en sus planes. El poder engendra sadismo en todo político poderoso. Más si es un ser acomplejado o resentido. Por eso se burla y goza con la desgracia de sus enemigos y a veces, hasta de quienes no lo son. Un placer que hace humillar en público a sus colaboradores, a hacerlos menos, a exhibirlos como ineficientes. Hay políticos que van haciéndose de enemigos nada más porque pueden hacerlo. Piensan ingenuamente que estos se quedarán de brazos cruzados.

 

  1. El poder cobra venganza. No hay nada peor en el poder que dejar de tenerlo. Una decisión en el poder resuelve y destruye vidas. Puede hacer nuevos ricos y puede hundir en la quiebra a una empresa con tan sólo una decisión. Pero la venganza nunca duerme. Y la venganza del poder es precisamente no tenerlo. Todo político que tuvo poder, sabe que vendrán por él los afectados por sus decisiones.

 

  1. El poder amarga. En el fondo, todo político termina amargado. Viviendo de los recuerdos. Quejándose de quienes le abandonaron y de los que ahora ya no le contestan las llamadas. Es la cruda de poder. Y es cuando aquella canción de José Alfredo, duele: “Y tu que te creías el rey de todo el mundo”
Guadalupe Robles
Guadalupe Robles
Gerente de Relaciones Institucionales del Grupo Debate. Politólogo por la UAM. Doctor en Derecho de la Información. Profesor-Investigador. Lector disperso.

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