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Han pasado diez años de este romance

Acababa de cumplir los veintitrés, cuando emprendí viaje al norte. Con dos maletas, poca certeza de lo que me esperaría, pero muchas expectativas, fue que me aventuré a vivir, una vez más, la vida de migrante.

México me recibió con su tráfico habitual, su olor a “garnacha” y la belleza de sus edificios coloniales, esos que te transportan a otro siglo con sólo cruzar una avenida o una calle. Porque México tiene esa capacidad de enamorarte sin darte cuenta, y en un abrir y cerrar de ojos caer redondita a sus pies. Es el lugar ideal para todo aquel que desee perderse en su exuberancia, en sus monumentos históricos o en la explosión de colores de sus casas azules, amarillas o naranjas. Tiene además una gastronomía exuberante, condimentada y picante a la cual, no me quedó de otra más que acostumbrar a mi paladar. Definitivamente hoy no concibo comer unos tacos sin salsa.

En diez años viví lo inimaginable. Enfiesté en bodas y me emborraché en cantinas, asistí a velorios y celebré la vida con esos amigos que hoy son familia. Trabajé en una diversidad de lugares, desarrollando un pensamiento crítico y entendiendo otra manera de colaborar, de hacer comunidad. Me transporté en metro, esa serpiente naranja que se enreda bajo tierra para conectarte con toda la ciudad, me monté en ecobici para pasear por sus anchas avenidas y usé mis pies para recorrer sus callejones escondidos. Me impresioné con sus infinitas playas, monumentales volcanes y majestuosos magueyales.

México es la pluralidad de sus acentos y la diversidad de sus pueblos. Esos sitios mágicos que te invitan a abrazar sus tradiciones, mientras intentas comprender por qué hablan constantemente en diminutivo “ahorita”, “por favorcito” o “tantito”, saludan en tres tiempos y usan bromas llamadas “albur”, que diez años después sigo sin entender. Este es un país con profundas raíces indígenas. Imperios que se mantienen vivos en el tiempo. Tierra de raíces otomíes, mazahuas, mayas, mixtecas, zapotecas, sumada a la mezcla española y los millones de migrantes que convivimos en un territorio de más de 120 millones de habitantes.

Diez años después, este romance que comenzó por una casualidad, sigue tan sólido como la primera vez. Porque al final, siento que se parece bastante a la tierra que me vió nacer. Sufrido y “chambeador”, sorteando crisis políticas, económicas y sociales. Pero a pesar de las dificultades, innumerables terremotos que ponen a prueba al corazón, mantiene la frente en alto y la sonrisa constante.

No sé si fui yo la que eligió México o fue del revés. Lo que sí sé, es que, aquí celebramos la vida y la muerte. Y como la primera es un regalo y la segunda no sé cuando me llegue, hoy me sirvo una bebida para festejar mi primera década de las muchas que vendrán. Que como dice el dicho “El tequila a sorbos y el mezcal a besos” y yo planeo dar muchos de esos. ¡Salucita!

Jessica Fernández Bogado
Jessica Fernández Bogado
De un país pequeñito llamado Paraguay, viviendo en un país enorme llamado México. Hablo mucho y escribo más. TW & IG: @Jessiquilla

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