Por Benjamín Fernández Bogado
Estamos en gran parte del país en la denominada cuarentena social, nada bien definida en términos de cuestiones legales. En el decreto que emitió el Poder Ejecutivo no se puede entender como están restringidas las salidas a partir de las 20 y los restaurantes están abiertos hasta las cero horas. Si alguien no puede salir a partir de una hora determinada, cómo podrá volver del sitio que fue a comer, si tiene restricciones de movimiento. Por otro lado, también la sensación escandalosa del manejo de la cuestión sanitaria del Covid-19 en la compra de insumos médicos que no ha tenido la sanción que debieran tener sus responsables.
El escándalo de ayer del viceministro Portillo renunciante, luego de participar de una fiesta sin cumplir los protocolos que él les pedía a toda la población y el otro viceministro de apellido Rolón Vicioso, que dice que él es un seccionadero y que está orgulloso de eso y que básicamente eso es lo que le mueve desde la función que realiza. Y un ministro que es llevado a la Cámara de Senadores a tener que explicar cómo está llevando adelante esta lucha sanitaria y el gremio de médicos que le cuestiona de manera severa.
En definitiva, las cuestiones sanitarias están perdiendo el control del problema que tenemos. Al principio tuvo repercusiones exitosas. El hecho de que el país se recluye. Pero ahora, en medio de la confusión, de la corrupción, del hedonismo, de la búsqueda del dinero y de las cuestiones de carácter político partidario, uno está realmente a lo que Dios es grande. Las autoridades sanitarias están por su lado buscando sus propios intereses, y la gente que paga sus tributos mensualmente para sostener esta pesada burocracia no tiene más que confiar en sí misma.
