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Agua, hielo y helado

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Suena a galimatías pero son tres palabras y una conjunción que encierran toda una historia de la humanidad. Seguro a que a milenials y centenials les sonaría raro, en esta época de heladeras, freezers y dispensadores, si les dijera que el hielo había que ir a comprarlo al puerto, en lo que aún se conoce como Cervecería Paraguaya. Allí se hacía cola con una bolsa de arpillera y, si había suerte, la barra de hielo de unos cuantos kilos de peso, vendría cubierta con una capa de aserrín para retardar el inevitable derretido. La espera se hacía larga especialmente cuando se aproximaban las fiestas de fin de año y había que buscar la manera de enfriar las bebidas. Luego se emprendía el viaje en el línea 4 u 11 con el hielo chorreando en el piso. 

¿Heladeras domésticas? Claro que las había pero sólo en hogares acomodados que las mandaban a traer de Argentina o de Europa. En los primeros tiempos funcionaban con barras de hielo. Luego aparecieron las heladeras “a kerosén”. Nunca me explicaron cómo pasaba aquello de que una llamita en el fondo del artefacto se transformara en frío. 

Sólo hacia mitad de los años ’50 aparecerían los primeros modelos “económicos”. Había que sacar un plan en interminables cuotas en el representante, casi como comprar un auto. Un día los japoneses pusieron las cosas en términos modernos e inventaron las heladeras compactas, tanto que una marca las promocionaba con el eslogan “chica por fuera, grande por dentro”. Es decir, ocupaban poco espacio en la casa. Sólo había que tener un tomacorriente y ya está. O sea que el siglo XX llegó, en términos frigoríficos, bien entrados los ’60. La heladera y poco después el televisor, pasarían a ser los muebles principales de la casa y eran instalados en la sala, para que las visitas los admiraran.

AGUA VA – Por aquellos mismos días, mediados de los ’50, apareció Corposana, librando a Asunción del vergonzoso mote de “única capital latinoamericana sin agua corriente”. La Corporación de Obras Sanitarias se dedicó muy pronto a abrir zanjas para enterrar cañerías aunque la fase de cubrir los huecos no fue tan eficiente, lo mismo que ahora. A tal punto llegó su chapucería que muy pronto el humor callejero modificó su sigla y pasó a llamarla Corpozanja. Las conexiones eran de dos tipos: válvula y medidor. La primera consistía en un caño de media pulgada que entregaba un chorrito bastante mezquino. La instalación terminaba en una simple canilla o bien en un tanque (del tipo barril de petróleo) colocado en el techo para que funcionara como reserva. Durante el verano paraguayo, con 35 grados a la sombra, es fácil imaginar la temperatura que levantaba aquel depósito. Bien visto, tenía una ventaja, ya que durante gran parte del año no sería necesario un calefón o una ducha eléctrica. Si aguantabas aquella agua hirviendo, todo bien. 

Por eso el hielo era tan necesario. La perspectiva de tomar un vaso de agua fría hacía suspirar a cualquiera. Entre los puestos de venta del Mercado 4 de aquellos años circulaban niños con un balde y un jarrito ofreciendo “agua helado a 1 guaraní”. Fue un milagro que no nos extinguiéramos de cólera o disentería tomando de un jarro que había pasado por mil bocas.

LA FABRICA DE HIELO – La primera máquina de hacer hielo llegó al Paraguay antes de la guerra contra la Triple Alianza. La hizo traer de Europa un italiano, Domingo Parodi, naturalista, farmacéutico y auxiliar médico genovés radicado en el país en 1856. Como muchos inmigrantes, Parodi aprovechó su formación superior para emprender varias actividades al mismo tiempo, por ejemplo, dedicarse a la navegación de cabotaje en lo que hoy conocemos como Hidrovía, comerciando cueros y yerba mate. Al tiempo que introducía en la sociedad de preguerra la fotografía y la lotería, don Parodi decidió abrir una fábrica de hielo importando el equipo necesario de Francia. Tras un itinerario muy parecido a la Odisea de Homero, los cajones llenos de piezas que pesaban más de tres toneladas llegaron a Asunción y fueron depositados en el domicilio de Parodi a la espera de un técnico que armara el artefacto. Pero la tragedia que se abatiría sobre el país en 1865 frenó el proyecto. Tras sobrevivir a la contienda, el genovés finalmente se marchó a Buenos Aires.

La primera fábrica de hielo cayó finalmente en manos de los políticos de posguerra quienes, tras algunos cabildeos, se la entregaron en monopolio a un extranjero de apellido Junquer. Si fabricar sólo hielo era negocio en la ruinosa Asunción de entonces, el francés debió haberse hecho millonario.

HELADOS EN ROMA – “Los banquetes pantagruélicos en la Domus Aurea de Nerón duraban horas, a veces días, y terminaban con una ronda de exquisitos helados…”

¿Cómo hacían los helados en Roma? Simplemente, llevando hielo de las cumbres nevadas de los montes Livato, Terminillo y otros picos relativamente cercanos a la urbe. Allí lo cortaban en grandes bloques que envolvían en arpillera y pieles para transportarlos sin pérdida de tiempo a Roma. Miles de esclavos se ocupaban de mantener activa aquella verdadera cadena de frío que garantizaba el disfrute de los agasajados del emperador.  

Copas nevadas para enfriar mariscos, sorbetes de cereza, miel y limón… Sucedió hace miles de años, aunque sólo en las mansiones de los ricos. Hoy, desde el helado palito de la historia reciente hasta los más refinados productos de la confitería bajo cero, el hielo y el helado son parte de la vida diaria sin que nos preguntemos cómo se hacen.  

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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