Los turbulentos caminos del comercio en el siglo XVIII
Por: Cristian Nielsen
En el siglo XVIII, España debió apretar clavijas en su comercio con las colonias debido a los enormes gastos militares en que incurría la Corona en manos de la dinastía de los Borbones. Sólo en ese siglo, la Metrópoli se vio envuelta en media docena de guerras, la más grande de ellas, la que se conoce como “la guerra del asiento” y también “guerra de la oreja de Jenkins”. Ya explicaré de dónde salen ambos nombres.
El conflicto se desató en 1739 y envolvió a las fuerzas navales de España e Inglaterra, siendo el Caribe el campo de batalla. ¿Cuál fue la causa? Esencialmente, el dominio del comercio entre Europa y el Nuevo Mundo. “Durante el siglo XVIII, al asumir el trono del imperio español, el reformismo borbónico impulsó una serie de medidas administrativas, militares y comerciales para afianzar el control político y económico de sus dominios americanos” señala un estudio publicado en el sitio Memoria de Chile.
La Corona necesitaba restaurar su dominio en las relaciones económicas con las colonias que se había estado disgregando entre distintos grupos de poder y desembocando en una enorme corrupción administrativa. La reforma determinó que todo el comercio de las colonias debía entrar y salir por Veracruz en Méjico y el Callao en Lima, cabeceras de ambos virreinatos. En el Rio de la Plata, el puerto de Las Conchas, próximo a Buenos Aires, era puerto preciso al igual que Santa Fe, de triste memoria para los paraguayos.
DE OREJAS Y ASIENTOS – La guerra entablada entre las coronas española e inglesa entre 1739 y 1748 fue de una masividad impresionante para la época. Costó, como es de imaginar, montañas de maravedíes a España y cantidades equivalentes de libras de plata a Jorge II Hannover. Involucró centenares naves y miles de marinos. El combate acabó en desastre para ambas armadas. Inglaterra se retiró sin lograr nada y España mantuvo su estatus territorial.
El conflicto dejó algunos prestigios bastante maltrechos, entre ellos, el del capitán de un barco mercante británico de nombre Robert Jenkins quien, capturado por los españoles para revisar si llevaba contrabando, sufrió la mutilación de una oreja. Jenkins se presentaría ante el Parlamento inglés y exhibiendo su oreja mutilada reclamó condigno castigo a España. El historiador Thomas Carlyle nominaría el conflicto, un siglo después, “la guerra de la oreja de Jenkins”. Pero aquel choque belico recibiría otro nombre, más tenebroso por su significado: la “guerra del asiento”. Gracias a una concesión especial, los ingleses tuvieron acceso a los mercados de la América española que incluía el denominado “asiento de negros”, un monopolio para suministrar 5.000 esclavos al año. Además, habían sido favorecidos con el denominado “navío de permiso” para vender 1.000 toneladas de mercancías en Porto Bello, Panamá, y en Veracruz, Méjico. Ambas concesiones -otorgadas como parte del Tratado de Utrecht de 1.713- fueron protestadas por España. Aquel sería el génesis de la guerra de los dos nombres.
SANTA FE PUERTO PRECISO – En la voluminosa obra “Historia de Santa Fe”, editada por el sindicato de trabajadores del Estado de la provincia argentina, se destaca que en 1662, la Corona declaró a Santa Fe como puerto preciso, nominación que permitía revisar y cobrar impuestos a las embarcaciones que circulaban por el Paranaá. “Este privilegio -señala el estudio- aunque no de manera inmediata, produjo oportunidades económicas para los habitantes de la ciudad”.
Y aquí vemos de nuevo el genio voraz de un reino siempre hambriento de recursos. Según recoge el historiador Jorge Contrera, la corona determinó que la yerba mate, principal cargamento procedente de Asunción, pagara “por cada arroba medio peso”. Eso permite deducir que la obligatoriedad de echar el ancla en Santa Fe no se limitaba a una simple revisión sino que era un medio de recaudar recursos para la Corona.
Y ese era apenas el punto de partida. Desde Santa Fe, largas filas de carretas con el aromático producto paraguayo se encaminaban a Buenos Aires, destino final del cargamento, desangrándose en gabelas y alcabalas por el camino.
Viejas historias que aún nos siguen doliendo sólo con leerlas.