Me reencontré con uno de estos libros de mi infancia: “El Castillo prohibido» de la serie “Elige tu propia aventura», una especie de libro-juego donde uno tenía que tomar decisiones de un capítulo a otro y la historia daba giros según esas decisiones.
En un primer momento, al releer uno de los trágicos finales, pensé que quizás a la generación que crecimos de la mano de esta literatura pudo habernos generado una especie de rezago a la toma de decisiones, porque estas podían ser trágicas y dolorosas. “Lo mejor sería leer de corrido lo que nos imponen y no tomar decisiones”, pensé.
En todos los años que trabajé en educación y, pensando también en mi experiencia personal, me parece brutal ésa decisión de elegir una carrera “para el resto de tu vida» a los 17 o 18 años. Me aterra también esa expresión que escuché cientos de veces “ya estoy en el tercer semestre, no me gusta la carrera, pero voy a terminar”. No debe existir una manera más eficiente de matar una pasión que ésa. Creer que el tiempo apremia, quedar anclado en una carrera o un lugar por una supuesta mala decisión es un reflejo de lo que vemos en el mundo, gente sin ejercer su profesión y más gente haciendo lo que no le gusta, porque no quebró ésa línea de la decisión.
En un segundo momento de reflexión sobre la serie de “Elige tu propia aventura» y menos trágico, pensé que lo positivo de esta dinámica era el aprendizaje de que en la vida existen infinidad de caminos y de posibles finales, que solamente podemos descubrirlos tomando decisiones, meditadas y conscientes, a sabiendas de que no es una obligación empezar a trabajar a los 18, recibirse a los 23, casarse a los 28, jubilarse a los 65 y morir a los 90. Cada tiempo es diferente y cada situación también. No debemos dejar de estar inquietos y buscar ésa historia propia que queremos construir.