La colorida historia del yate Ulf, narrada en esta misma edición, pone de relieve un problema que ya aquejaba por entonces, hace casi 100 años, al lago Ypacaraí. En aquellos días -1926-, fueron dragados los diques naturales que regulaban la salida del agua a través del río Salado que conecta la cuenca con el río Paraguay. El episodio casi acaba con el vaciamiento del lago y su conversión en un lodazal. Desde entonces, el ritmo de intervenciones sobre el equilibrio natural de la cuenca del lago no para de ser alterado cíclicamente.
Un mes atrás se descubrió un muro de canto rodado a la altura de Ciervo Cua, construido al parecer hacia 1960, como parte de los trabajos dirigidos evitar la disminución de nivel del lago. Como en muchas otras cosas, no existen archivos que documenten los detalles de la obra, por quien o quienes fue hecha y qué se esperaba lograr con ella. Ahora, la ultimísima comisión formada para salvar al lago está estudiando las características del misterioso murete.
Cuando se pusieron de moda los deportes acuáticos tipo jet-sky o motos de agua, alguien tuvo la genial idea de “canalizar” el Salado a fin de trazar un circuito de carreras entre el lago y el río Paraguay. Los resultados de aquella tropelía son imaginables. Era el año 1994 y la sola remoción de camalotes provocó un rápido drenaje agravado por una prolongada sequía que derivó en un verdadero desastre ambiental. De nuevo la alarma y la formación de otra comisión para estudiar la situación.
En 2014 se instauró por ley el Plan de Manejo de la Reserva de Recursos Manejados del Lago Ypacaraí (manejo de recursos manejados, ¿qué tal?), ley llena de definiciones rimbombantes: áreas silvestres protegidas, sistemas de humedales, áreas prioritarias, ecosistemas adyacentes y frases que en la práctica no han logrado revertir el progresivo ritmo de conversión del lago (laguna, según algunos expertos, estero según otros) en un lodazal infectado con deposiciones humanas, efluentes industriales y lixiviados de veinte comunas circundantes.
Y bien, allí está ahora la Conalypa, otro frankenstein sancochado a la ligera, que jura y re jura que esta vez sí, van a salvar al lago.
Los charlatanes están en su salsa, los consultores se llenan los bolsillos…
Y el lago se sigue muriendo.