Las cuestiones que tienen que ver con la política -y especialmente con la gestión de un Presidente- se basan mucho no sólo en las percepciones ciudadanas, sino en las acciones concretas. Un mal Presidente, aquel que tiene un bajo nivel de aceptación y popularidad, debería cuestionarse profundamente qué es lo que irrita a la gente y qué es aquello que es responsabilidad suya y que no realizó como debiera.
Los malos presidentes siempre tienden a culpar a otros en personas o factores, pero nunca tienen la grandeza de asumir aquello que no lograron o no logran hacer bien cuando pudieron haberlo hecho.
Cuando Cartes terminaba su mandato estaba envuelto en el escándalo que significó el deseo de atropellar la constitución vía enmienda y el asesinato del joven Quintana. Salió por la puerta de atrás, quiso mantener su vigencia con una candidatura a Senador no vitalicio -cosa que tampoco le funcionó-. Lo concreto y cierto es que un buen Presidente tiene que hacer aquello que corresponda a la norma, a la Constitución y se deje guiar por el sentido común, que no se termine dominando por el entorno y menos por sus apetencias permanente de continuar en el poder.
Un mal Presidente hace todo lo contrario a la racionalidad, a la ética y a la inteligencia. Con respecto a Abdo Benítez, que tiene más del 80% de impopularidad, es absolutamente racional pensar que eso sería así y no culpar a los que hicieron la encuesta, porque si hiciéramos lo mismo, preguntando en la calla cualquiera probablemente de 10 paraguayos, 8 estarían muy descontentos con la gestión de Abdo.