sábado, junio 14

Nostalgia por lo que no fue / Félix Martín Gimenez Barrios

En alguna parte de nuestro cerebro, todos tenemos un “y si”. ¿Y si hubiera aceptado
aquel trabajo? ¿Y si le hubiera dicho que “no” en lugar de un “sí”? En algún momento
solemos añorar caminos que nunca tomamos e idealizamos versiones alternas de
nosotros mismos. La nostalgia por lo que no fue es mucho más que un simple
lamento; es una muestra de nuestra capacidad para soñar con universos paralelos en
donde capaz hubiéramos encontrado la felicidad y la gloria que hoy sentimos no tener.

Esta añoranza por destinos alternos no es nada nueva; ha inspirado a varios artistas, a
grandes cineastas y escritores, incluso a científicos e historiadores. Tal es el caso del
poeta estadounidense Robert Frost, que en uno de sus poemas más famosos titulado
“El camino no tomado”, explora la idea de haber tomado el camino “B” en lugar del “A”.
Frost escribe sobre las decisiones que nos marcan en la vida, acerca de la angustia de
elegir entre opciones opuestas.

El ser humano suele buscar consuelo en la idea de que, en algún lugar y momento,
todo fue diferente y para mejor. Pensar en esos caminos no recorridos puede resultar
doloroso, pero también liberador. Nos permite pensar en quienes pudimos haber sido:
más decididos, más libres, o quizá simplemente distintos. Esta nostalgia no cambia el
pasado, pero sí puede ayudarnos a entender cómo nuestras elecciones nos han
convertido en lo que somos.

Sin embargo, hay algo peligroso en pensar demasiado en esos escenarios alternos.
Cuando idealizamos a nuestras versiones que no conoceremos y que el mundo jamás
verá, negamos el valor de lo que hemos vivido. Una salida a eso de que “queda en el
aire lo que pudo haber sucedido”, puede ser el tomar esas fantasías como cuentos y
no como verdades perdidas. En lugar de lamentar lo que no fue, podemos empezar a
tomar decisiones más conscientes en la siguiente ocasión.

Soñar con otros destinos alternos puede ser inspirador si sirve de combustible para
cambiar lo que no nos satisface, pero puede volverse una actividad toxica cuando nos
estanca en la añoranza. Al final, la única nostalgia que vale la pena es la de haber
vivido plenamente, sin arrepentimientos de lo que no fue. Puede resultar una verdad
difícil de digerir, pero también puede ayudarnos a encontrar fuerzas para seguir
disfrutando y mejorando como seres humanos.