En el municipio de Dolores, ciudad ubicada a unos 200 kilómetros de Buenos Aires, un juez está procesando al periodista Daniel Santoro, jefe de judiciales de Clarín. ¿Cargo? Intento de coerción y tentativa de extorsión a través de sus artículos vinculados a la mayor causa abierta por corrupción pública en Argentina conocida como “los cuadernos de las coimas”. Santoro está a un milímetro de ir preso y ser condenado sólo por ejercer su profesión de periodista de investigación.
En Brasil, Jair Bolsonaro quemó bulbos con la Red Globo a partir de un informe que intentaba relacionarlo con el asesinato de una concejal, tema de gran escándalo. Tras exigir, sin éxito, derecho a réplica, el ex capitán de paracaidistas optó por ordenar a Petrobras que cancelara un contrato publicitario por 700 millones de reales con la Globo a la que amenazó, en un descontrolado monólogo, con no renovarle su licencia operativa. En otro arranque de iracundia, Bolsonaro canceló todas las suscripciones de Folha de Sao Paulo en el Gobierno federal y advirtió a los anunciantes del diario que “presten atención” a lo que hacen.
Cuando el periodismo de investigación empieza a molestar al poder, la reacción es de manual: Enjuiciamiento de periodistas, cancelación de publicidad oficial y presiones a las empresas, toda una paleta de opciones dirigidas a intimidar, amenazar y ahogar económicamente a medios no alineados. En Venezuela, la destrucción de la prensa libre ha sido apocalíptica. Ya no hay voces que se opongan al tirano chavista. Las pocas que quedan deben hacerse oír desde la clandestinidad de las redes sociales o escapando del país. En Bolivia, los periodistas Juan Pablo Guzmán, Erwin Valda y otra media docena de profesionales perdieron sus empleos por presiones del Gobierno que, afirman, “tritura públicamente a los cronistas ‘indóciles’ y asfixia económicamente a la prensa independiente”.
La novedad es que esta arremetida contra la libertad de prensa no tiene color. El juez argentino que procesa a Santoro milita en el populismo kirchnerista, Morales y Maduro representan la izquierda setentista y Bolsonaro una ultraderecha que atrasa décadas. Todos se caracterizan por la intolerancia más cavernícola y no temen en absoluto exponerla.
Feos vientos para la prensa.