David Jiménez y la verdad incómoda del periodismo
Benjamín Fernández Bogado
Desde Madrid (España)
Enviado especial de EL INDEPENDIENTE
Esto lo hace a su autor David Jiménez para algunos un suicida que decide inmolarse contando las historias del segundo periódico más leído de España: “El Mundo” del que ha sido su director por un poco más de un año. Ahí están solo los protagonistas de una redacción periodística sino quienes son parte de un sistema del que la prensa muchas veces es su sostenedor a pesar de querer presumir de lo opuesto. Es un libro autocrítico también, necesario absolutamente para ver a la prensa desde la misma transparencia que demanda de los demás poderes. “El Director” llega a pasos apresurados a la cita de un martes agitado en un café de Cuatro Caminos en el centro de Madrid. La conversación salta fluida y franca. No hay mucho tiempo que perder para saber de cómo y porqué un ex director de periódico decide contar su verdad que incomoda a tantos pero al mismo tiempo resulta tan admirable que su relato hasta convertirlo próximamente en serie televisiva. No hay tiempo que perder.
¿Por qué El Director? ¿Cuál es la historia?
“El Director” es la historia de un choque entre una visión romántica del periodismo y una visión cínica, manipuladora y entregada a los intereses del periodismo. Yo estuve casi dos décadas como corresponsal en conflictos, revoluciones, tsunamis. Y de repente, sin yo haberlo previsto, estaba en la beca Nieman de Harvard. A alguien se le ocurrió la temeridad absoluta de pensar que un reportero, sin ninguna experiencia en la gestión de nada, podía ser el director de un gran diario nacional, con 300 periodistas y todo lo que supone además un diario en una situación de gravísima crisis financiera, como era la que estaba y sigue estando en el diario El Mundo. Ahí es donde me dije: “Empecé de becario en el periódico, me piden ayuda, no le debo un favor a nadie, nadie me lo debe a mí. Tengo carencias que puedo ir aprendiendo, y en cambio tengo la ventaja de la absoluta libertad de no querer este puesto. Y eso me va a permitir, viniendo de fuera pero perteneciendo a la empresa desde hace 20 años, hacer los cambios que necesita el periódico. Pero, como decía, eso fue desde el primer día un choque entre dos visiones opuestas.
Mucha gente dice, David, al leer tu libro que pareciera ser una especie de ingenuidad el hecho de que hayas entrado a algo sin suponer lo que era el negocio periodístico ¿No habrá alguno que te dijo cómo pudiste haber sido tan ingenuo?
Sí, yo creo que es una crítica legítima. No tenía experiencia manejando la redacción, no tenía el teléfono de ningún político, de ningún empresario del país. Por supuesto sabía que el poder trataba de controlar a los medios, sabía que en mi país muchos periodistas tenían esas presiones. Lo que no imaginé es el nivel de decadencia, corrupción y sumisión en la que había caído la profesión. Una cosa es que tú asumas que puede haber presiones, en “El Mundo” cuatro directores fueron despedidos en tres años y medio por órdenes del despacho de poder. Una cosa es que tú puedas pensar: “Sí, hay periodistas que no son del todo puros”. Y otra cosa es encontrarte con medios que, directamente, chantajeaban a empresas e instituciones diciéndoles: “Si me pones publicidad, no voy a inventarme cosas sobre ti”. Mafioso, completamente.
Un sicariato periodístico…
Cosa Nostra lo llamo yo en el libro. Una cosa es saber, no solo sospechar, saber que las empresas extorsionaban a los periódicos y que castigaban quitándoles la publicidad a aquellos que eran incómodos. Y otra cosa es imaginar que desde tu propia empresa, no solo no se me iba a defender cuando hiciera frente a esas personas, sino que además se iban a aliar con otras empresas para despedirme. Es cierto, mis expectativas no eran reales, pensé que iban a haber dificultad, pero no me imaginé que en mi país, periodistas de reputación más o menos consagradas, estaban trabajando para las cloacas del Estado. Nadie que viniera de fuera, como era mi caso, podía imaginar que habíamos llegado tan bajo.
LA PRENSA TEME AL PODER
Hay una parte, que no sé si lo llegas a abordar completamente con la severidad que se pudiera esperar de un texto como el tuyo, que es la capitulación de los periodistas a esa realidad. Pareciera como que la prensa, que siempre ha cuestionado al poder, no tuviera la capacidad de autocrítica y de decir esto no es lo correcto. Estabas como en medio de un grupo de gente que había asumido que eso era lo normal.
Sí, es más en el libro se dice en un momento dado que el poder ha dejado de temer a la prensa, y es la prensa la que teme al poder. Hay una mezcla primero de miedo, en un momento de grave crisis donde más de 10.000 periodistas de este país habían perdido sus puestos de trabajo. Hay un momento de absoluta precariedad en donde pierdes tu puesto de trabajo, te quedas en la calle, no hay otras oportunidades. Eso provoca temor y un deseo natural de los periodistas de mantener sus puestos de trabajo. Eso por un lado. Por otro lado, hay una normalización de la situación. Yo no me metí al periodismo para servir a los intereses para servir intereses del poder económico. Yo no me fui a cubrir guerras, para luego volver y tener que bajar la cabeza. Yo quería hacer el mismo periodismo que había hecho. No podía entender que muchos de mis compañeros asumieran como normal la situación en la que había caído el periodismo.
¿No era la España que habías imaginado?
Yo ya venía de una visión muy idealista, que es la del corresponsal que tiene los despachos a kilómetros de distancia, que no trata con los políticos de su país. Es fácil ir a Afganistán y creer que eres Mel Gibson en El año que vivimos peligrosamente, si a eso le añades un año de Nieman, quizá es el oasis de puritanismo periodístico mayor que existe en el mundo. Yo llegué a la redacción como director convencido de que iba a cambiar el periodismo en mi país, de que no iba a ser doblegar ante nadie, de que la verdad era mi único objeto. Cada vez que yo soltaba mi discurso de puritanismo periodístico, yo mismo, notaba el gesto de incredulidad con el que recibían ese mensaje.
¿Qué es aquello que debería comprender el que maneja un medio en los tiempos actuales?
Hay miles de negocios en los que uno puede ganar dinero, el periodismo no es quizá uno de los más rentables. Tiene muchas dificultades. Si un empresario decide meterse en el mundo del periodismo tiene que entender que es legítimo que quiera hacer de ese un negocio rentable, pero tiene que ser compatible con unos principios básicos, porque el periodismo es un servicio público. No es lo mismo fabricar lavadoras, que noticias. Hay una responsabilidad. La gente para tomar decisiones importantes en su vida, tiene que estar bien informada. En el momento en el que tú vendes la información al mejor postor o la manipulas para adaptarte a un interés, dejas de hacer servicio público. Para mí es fundamental que los empresarios que quieran meterse en este mundo tengan clara la responsabilidad, que está por encima incluso de su beneficio económico.
¿Cuál es el defecto más grande de carácter que tiene el periodismo?
Fíjate que a mí me gusta mucho el nombre de un periódico “El Guardián” Me gusta porque define lo que yo creo que debería hacer el periodismo: vigilar el sistema.
¿Pero qué pasa cuando el sistema está en crisis?
La pregunta es: ¿qué pasa cuando la prensa se convierte en parte del sistema? Eso es lo que ha pasado en España, porque para sobrevivir los periódicos terminaron convirtiéndose en el sistema. Los mismos intereses que tenían los empresarios y los políticos coincidían con los de los grandes diarios tradicionales de este país. Ya no teníamos capacidad para denunciar esos abusos como deberíamos, porque si ellos salían perjudicados, nosotros también salíamos perdiendo. Entonces, ¿cuál es el gran defecto?, yo creo que nos hemos convertido en aquello que tanto criticábamos. Muchos de los problemas que se describen en “El Director”, son exactamente los mismos que durante décadas hemos denunciado en la política: el nepotismo, la corrupción, esas aristocracias que se crean en las redacciones y que se creen por encima del bien y del mal, con prebendas, viaje, regalos, sobresueldos. Al final hemos caído en las tentaciones del poder.
UNA PRENSA PARTE DEL SISTEMA
¿Dejó la prensa de ser el contrapoder o alguna vez lo fue?
Habría que intentar no generalizar, porque ha habido periódico y periodistas que han hecho un mejor trabajo que otros. Ponerles a todos en el mismo saco no sería justo. Pero yo creo que El Director es el relato de la derrota del periodismo en España. Es decir, en un momento de fragilidad económica, el poder olió esa debilidad, nos apretó las tuercas, decidió someternos y lo consiguió. Aquí, desde un despacho se podía decidir si un presentador en el noticiero mantenía o no su trabajo. Ganaron. Yo lo que pido, en cierto modo en el libro, el mensaje que hay es levantarnos y volver a hacernos respetar.
¿Cómo reaccionó la redacción ante este relato?
La reacción ha sido muy negativa, porque los periodistas no estamos acostumbrados a que se hable de nosotros. Criticamos y juzgamos a los políticos, a los empresario, pero si se habla de nosotros nos ofendemos muchísimo. Somos intocables. Pero lo que pregunto es: ¿dónde está escrito que debemos renunciar a nuestros trabajos con nosotros mismos? ¿Por qué nos hemos atribuido inmunidad frente a la crítica? En España ha existido una ley del silencio, eso no ha sido positivo porque ha permitido que ocurra lo que en cualquier sitio donde nadie te vigila, no hay un contrapoder. Asumimos qué podíamos hacer y deshacer a nuestro antojo. Lo que sucedió fue que como si encerraras algo en un armario donde no pasa el aire, lo que había adentro se fue pudriendo. Entiendo que haya compañeros molestos, pero no entiendo cuando un compañero periodista dice: “no tienes derecho a escribir sobre esto” ¿por qué no? si hubiera sido un banquero que sale de su empresa y empieza a contar cómo funcionan las cosas que van mal dentro de su sector, quizás estaríamos aplaudiendo. Pero si te se trata de lo nuestro, ahí no lo aceptamos.
¿Cuál ha sido la reacción más positiva de tu libro?
Ha sido una gran alegría y muy inspirador. He estado en más de 20 ciudades de España presentando el libro y el entusiasmo es grandísimo, de que alguien por fin cuente, no solo la visión romántica de la profesión, sino también lo que va mal para ver si se puede hacer algo. Yo les dedico el libro a los futuros periodistas. La pregunta que más me hacen es cuándo voy a montar El Normal, aquel periódico de fantasía que fundé con unos amigos en una churrería. Me llegan currículos en cantidades que no te puedes imaginar, a pesar de que no tengo ningún medio para darle trabajo a la gente. Pero a mí me han dicho de todo, hay gente que dice que es una deslealtad al periodismo. Yo creo justo lo contrario, yo creo que es un libro radicalmente real al periodismo. No le habría hecho mayor favor si hubiera permanecido callado.
En el relato hay encuentros con empresarios, con el Rey… ¿Cuál de esos encuentros te marcó un momento de inflexión y reflexión sobre la democracia? ¿Has visto una mirada de trascendencia sobre la democracia o es un sistema que tampoco es muy relevante para ellos?
España tiene una democracia que, en términos históricos, es muy joven. Yo creo que no hay un entendimiento sobre lo que significa la democracia. En mis encuentros con empresarios, encontré una absoluta incomprensión sobre en el papel de la prensa en la democracia. Ellos veían la prensa como una herramienta que porque ellos la costeaban, la pagaban, debía estar a su servicio. Hay un capítulo en el libro que se llama “El Lector Cabreado”, y aquí quiero añadir otro culpable: el lector. Ese lector que espera de su periódico solo confirmar lo que ya piensa, que se quiere ir a su casa diciendo: “¿Ves? El periódico me ha dado la razón”. Cuando le enfrentas a una verdad incómoda, se revuelve, corta la suscripción y te abandona. Alguien me dijo: “Cuánto mejor periódico hagas, menos lectores vamos a tener”. Su visión era, en un país polarizado como España, que se vive mejor al abrigo de un bando. Porque o llegué diciendo: “Yo no voy a ser de ningún bando”, y lo que me encontré es que ambos bandos pensaban que era del otro. Nadie entendía una posición de independencia. Todos asumían que tenías que estar en una de esas trincheras.
FALTA MAS EDUCACIÓN
O sea que hace falta trabajar mucho en la madurez, entender qué es el periodismo también…
No tenemos un sistema educativo que fomente el espíritu crítico, que cuestione el poder, la autoridad. Y de ahí, también vienen luego los lectores que no quieren aceptar verdades que no cuadren con su ideología.
¿El Director es una desmitificación de todo lo que la gente creía del periodismo, es un sinceramiento, es un reconocimiento de algo que todos sabían?
A la vez que muchos colegas decían: “Yo esto ya lo sabía”, he encontrado una reacción justamente la contraria en el público que no tiene nada que ver con nuestro mundo, y es sorpresa. En el sentido de decir: ¿toda la información antes de llegarme a mí pasa por todo ese proceso?, ¿puede desviarse de la realidad tanto como en El Director?, ¿el periódico que he comprado toda la vida en realidad depende hasta ese punto de una llamada de un empresario?
¿Cuál es la historia de El Director para después? ¿Hay acuerdos para llevarlo a la televisión, en series?
Cuando escribí el libro estaba convencido, y mis amigos me lo dijeron, que esto me iba a cerrar todas las puertas, que no iba a volver a trabajar en mi vida. Por eso, yo pensaba que iba a ser una inmolación profesional, pero lo asumí. Y creo que es una bonita inmolación por el oficio, o sea, creo que puedo lidiar con que no me contrate gente con la que no quería volver a trabajar, porque yo no quiero trabajar con nadie que coarte mi libertad de prensa. Es cierto que me lo podía permitir, que no necesitaba un trabajo para pagar las facturas, y es cierto también que ha ocurrido lo contrario, que luego de salir el libro se convierte en un éxito. Lo que ha ocurrido es que las llamadas han vuelto. Eso sorprende, y pues desde el acuerdo para convertir a El Director en una serie a nuevas ofertas para escribir próximos libros son condiciones mucho más ventajosas. Se ha abierto un mundo nuevo. Hay nuevas oportunidades.
¿No estás escribiendo en ningún medio?
He estado escribiendo una columna. Voy a Radio Nacional de España, colaboro con ellos. También con Televisión Española, tengo publicados otros tres libros y he dado clases en la Universidad. Quizá desde que dejé de ser director de El Mundo, lo que más he disfrutado es ir a las facultades a hablar a los estudiantes y compartir con ellos lo que yo pienso que debería ser el periodismo. Y luego, El Director me ha estado ocupando gran parte del día porque me han desbordado las invitaciones para hablar sobre él, no solo en España, sino también fuera. Me llegó una invitación para ir a Eslovenia ¿Cómo se habrán enterado?, y de otros tantos diferentes países que me llama la atención, no sé cómo lo han leído. Pero les ha llegado la idea de que un periodista loco, estaba de reportero de guerra, llegó a director de El Mundo y se enfrentó con el establishment.
David Jiménez apura el ultimo sorbo de una taza de té que se enfriado porque no hubo tiempo para sorberlo. “El director” no deja títeres con cabeza, su autor, saluda y raudamente se pierde en una movida Madrid que despide el día de claridad para apurar la noche. Al revés del libro.