Por Benjamín Fernández Bogado
Hay muchas cosas que tenemos que cambiar después de esta pandemia que ha desnudado la fragilidad institucional del Estado. Por un lado, la notable cantidad de hechos delictivos corruptos que quedan impunes y especialmente lo fácil que resulta para alguien que llega a un cargo público alzarse con el dinero de todos sin que tenga ningún costo en términos de justicia. Una de las cuestiones sobre la que debemos reflexionar severamente es cómo cambiar este sistema que nos oprime y que nos relega a circunstancias en las que lamentamos muchas veces las pérdidas de vidas humanas.
Cuando tenemos recursos no sabemos cómo gastar. Cuando tenemos esos recursos y los gastamos, siempre están rodeados de hechos de corrupción. Cuando existen los hechos de corrupción, no hay sanciones. Entonces, en definitiva, si nosotros queremos mejorar nuestra condición de vida, debemos acabar con el cáncer que nos oprime y que nos castiga y que se llama la corrupción. Para eso hay que enfrentarlo con el antídoto, que es poner fin a la impunidad.
Y eso requiere una justicia que realmente sea independiente, autónoma y que obre en consecuencia en favor de los intereses de la gente y que no se respalde sólo en aquellos intereses políticos que lo colocaron en el cargo para seguir facturando entre los dos.
El Paraguay no puede seguir rodeado de este manto de impunidad a los hechos delictivos, en donde sólo el 1% de las personas que cometen un crimen alcanza a ser condenada. Eso tiene que cambiar. Esta ecuación del diablo nos relega, nos empobrece y nos margina.
