Hay dos cosas que evidentemente muchos agentes del Gobierno no pueden hacer: eliminar planilleros y dejar de mentir. Independientemente del turno de políticos que esté a cargo del Estado, todos repiten la misma liturgia de racionalizar y moralizar el gasto público, fórmula que de tan repetida ya nadie escucha y, que si lo hace, tampoco cree en ella. Y es que el ciudadano ya está harto de que se le tome el pelo a veces en una misma mañana y en una misma entrevista periodística.
No hace mucho, un alto funcionario del ministerio que maneja el dinero decía que “al cierre del 2019 el gasto total obligado sin incluir las inversiones fue G. 33,4 billones que representa un crecimiento del 8,2%, in¬ferior al del año 2018 que fue del 9,5%”. Y agrega más adelante: “Del total del gasto del ejercicio fiscal anterior, G. 16,5 billo¬nes fue destinado para la remuneración de los empleados, lo que implica un crecimiento del 8,1% de este concepto”.
Si la matemática y la lógica funcionan, esto significa que el Estado gastó menos en general pero más en salarios. ¿Cómo se puede cerrar esta ecuación? Simplemente, transfiriendo a sueldos fondos de gastos de capital, es decir, que no tienen que ver con remuneraciones, viáticos, servicios, etc.
Después, naturalmente, vienen las aclaraciones y las explicaciones. Que se aumentó el sueldo a los maestros, que se paga mejor al personal médico de los hospitales públicos, que se jerarquizó la remuneración de los policías… Nadie puede estar en desacuerdo conque un servidor público –servidor en el más estricto sentido de la palabra- gane un salario digno. Pero entonces el Gobierno debe hacer una elección: si paga mejor a sus servidores no puede seguir manteniendo parásitos. Es imposible hacer las dos cosas al mismo tiempo, porque no hay plata para todo.
Siempre hemos sostenido que el Gobierno –el que está y el que venga- debe poner mucho cuidado con lo que hace con la planilla de gastos. Ya hemos llegado al punto de que mientras el funcionariado –y los saprófitos incrustados en él- es pagado al contado con la plata de los impuestos que entran cada día, las obras tienen que ser encaradas endeudando al Estado. Este camino lleva a cualquier país a la ruina, como le está pasando a Argentina, Venezuela y otras sociedades carcomidas por la política de baja calidad.
Mucho ojo.