Hace casi seis años, apareció en el horizonte parlamentario una figura que contradijo las reglas escritas y no escritas de la política nacional. El representante de Ciudad del Este, haciendo gala de un desparpajo poco habitual y superando a los que ya produce regularmente buena parte de la clase política, debía haber sabido que no es el Congreso el lugar apropiado para ir pidiendo muestras de calificaciones, aptitudes para el cargo y capacidades en el arte de pensar. Cualquier parlamentario/a que se precie en diversas regiones del mundo como representante de su pueblo, trata de responder a la confianza depositada por sus electores y normalmente emite declaraciones, pronunciamientos y propuestas para generar un sano debate en la sociedad, a fin de incidir en el pensamiento de su cuerpo legislativo y transformar las palabras en hechos para el logro del bien común, sagrado principio de la política.
Uno de los grandes aportes que dejó Carlos Portillo, luego de su paso por la Cámara de Diputados, es hacerle ver a la sociedad paraguaya su calidad de comunes. “Jamás se puede comparar la situación de un parlamentario con la de una persona común” dijo al justificar que los parlasurianos tendrían el beneficio de jubilarse a los 55 años y con apenas 10 años de aporte. Cabe recordar que este beneficio jubilatorio ya es aprovechado por diputados y senadores. La diferencia entre parlamentarios y ciudadanos comunes tal vez pase a la historia como una de las grandes verdades que el ilustre ex diputado dejó a su paso en su breve labor parlamentaria. A sus 33 años, y preso de su incontinencia verbal, declaraba muy suelto de cuerpo la posesión de siete títulos universitarios, que nadie tomó en serio, salvo su propio autor. Usted, desconocido lector pero reconocido ciudadano paraguayo con todos los derechos y obligaciones que le caben, es el que regularmente contribuye a que esta “destacada y privilegiada casta” reciba los beneficios jubilatorios, los seguros VIP y una serie de privilegios que no entro a detallar por razones de espacio, pero que como dijo nuestro célebre ex prócer, “LOS PARLAMENTARIOS JAMAS SE PODRAN COMPARAR A LOS CIUDADANOS COMUNES”.
La imagen que acompaña la nota es la escultura “el pensador” de Auguste Rodin. El escultor francés concibió esta pieza entre 1881 y 1882 para decorar La puerta del Infierno. Desconozco si nuestro pensador del Alto Paraná, auto declarado fanático de la literatura, sabrá que fueron sus declaraciones las que lo expulsaron del paraíso terrenal (Congreso Nacional). “Todos los días uno comete errores, pero es porque «demasiado trabaja», haciendo alusión a la frase del poeta alemán Goethe: «El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada». El tráfico de influencias debe ser una de las costumbres más arraigadas en los círculos de poder del Paraguay desde hace varias décadas. A pesar de la discreción con que se manejan “diferentes arreglos”, los mismos ocurren diariamente a vista y paciencia de los comunes. Desde la numerosa familia del Vicepresidente Hugo Velázquez, que ya en el 2016 le costaba más de 100 millones mensuales al Estado, hasta el más ignoto concejal del departamento más pobre del país, retribuye con un buen lugar, cargo a nombramiento a quienes le apoyaron en su campaña electoral.
Esto es moneda corriente que circula, pero no se dice, y solo a veces la grosera soberbia o el apátrida internet, deja al desnudo a los traficantes, amigos y familiares. El propio Diputado Ramón Romero Roa, en un procedimiento de juicio político exprés, se delataba por su propia boca, antes de comenzar el proceso de expulsión: “seguramente hoy se va por irresponsable y charlatán”. Ya en el 2018 había sido acusado por el Ministerio Público de tráfico de influencias, donde el irresponsable, al decir de Roa, pedía una suma de 3000 dólares para ayudar a la contadora Auda Fleitas. Una cifra casi ridícula comparada con los montos que se manejan en licitaciones y otros entuertos, que casi semanalmente son denunciados y nos ubican como uno de los países más corruptos del continente.
En el caso ocurrido la semana pasada, el propio Presidente de la Cámara de Diputados reconoce que en los audios Portillo menciona su nombre, pero no que haya hablado con él, para rematar: “Creo que no me implica a mí, pero sí audios muy fuertes y comprometedores (sic). Pueden pedir informes y ver cómo se hacen los nombramientos, acá no se hacen los nombramientos (sic) se hacen desprecarizaciones”. Amables y pacientes lectores, dejo a su merced el significado de la frase completa, que este humilde escriba no puede comprender.
“¿Puede resultar trágico un asno? ¿Perecer bajo una carga que no se puede llevar ni quitarse de encima?… Tal es el caso del filósofo”, decía Friedrich Nietzsche en 1889 en “El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos”. Y a martillazos lo echaron a Portillo sin pena ni gloria, ni prueba concluyente del tráfico de influencias realizado. Casi como una triste alegoría de privilegios y otras verdades sin explorar, y mientras el nombrado dice que volverá en la próxima elección, en su propio departamento existen dos entes (Itaipú y Yacyretá) que se niegan a transparentar sus balances, operaciones y no sienten que deban ser auditados a pesar de las declaraciones de la Contraloría y algunos parlamentarios en campaña.
Cualquiera sea el próximo paso o el final de la carrera política de Portillo, jamás se podrá olvidar su contribución a caracterizarnos a los que tratamos de llevar una vida decente, cumpliendo con obligaciones e impuestos, como lo que en verdad somos: comunes pagadores, dispuestos a seguir beneficiando al club de los selectos políticos que ingenuamente creen, que con este pequeño acto, se han purificado y el pueblo volverá a creer en ellos.