Otro escándalo de tráfico de influencias envuelve a un parlamentario y el tema no genera gran sorpresa, no hay nada nuevo bajo el sol. Lejos de erradicarse, la vieja práctica de la prebenda y los grandes favores a cambio de trabajo proselitista es ya acción corriente dentro del círculo de nuestros «representantes» y, claro, en un año electoral es más que común.
Lo llamativo en este caso es de quien viene la acción. Muchos se sorprenden al ver que la autoridad en cuestión es más conocida por demostrar su pésima formación que por tener un buen desempeño legislativo; y es que la vieja estrategia de hacerse el «ñembotavy» y desviar la atención en chistes genera una leve cortina de humo que poco a poco se va disipando. El mecanismo es ese: generar contenido en redes, ser trending topic, hacer que las burlas se multipliquen; lo importante es que permanezca la idea de que es inofensivo o que no tiene la inteligencia para corromper el sistema, aunque la corrupción igual está en personas con todos los niveles de educación. Si la idea sobre su figura se centra en un pésimo inglés, un lamentable español y sólo chistes sobre su forma de hablar, lo realmente relevante queda casi oculto. Pero ¿Qué se está tapando?
Si bien no existe una condena o un expediente judicial que lo demuestre, en la práctica ya es más que visible el intercambio de favores y la corrupción con que opera el parlamentario en su región. Es solo uno, uno que se descuidó y dejó evidencias de la forma en que actúa. Lo triste de esta historia es que para los planes políticos es una pieza útil y probablemente la sanción esté muy lejos de aplicarse, ni siquiera de forma testimonial. Sus seguidores conocen este mecanismo, una vieja estrategia que sigue desangrando la honorabilidad y el respeto hacia uno de los poderes del estado.