Hoy se celebra el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, una fecha instaurada por la Organización de las Naciones Unidas que, en 1980, recomendó la salvaguardia y conservación de las imágenes en movimiento. El pronunciamiento estima que los documentos audiovisuales —tales como las películas, los programas de radio y televisión, y las grabaciones de audio y video— son patrimonio de todos y contienen información clave de los siglos XX y XXI, que forman parte de nuestra historia e identidad cultural.
Es una iniciativa loable ya que llega en auxilio de uno de los soportes de información más vulnerables en la historia documentada de la humanidad. De las primeras grabaciones de audio a partir del invento de Edison y Berliner apenas quedan unos cilindros de bakelita en algún museo. Sus sucesores, los vinilos, pasaron a la historia y aún está viva la polémica de cuánto puede durar, con los recursos tecnológicos actuales, un registro digital en un disco duro. ¿Cincuenta, cien, doscientos años? Lo propio sucede con la fotografía y las películas. Los primitivos daguerrotipos, así como las fotos y el cine sonoro que los siguieron enfrentan un enemigo común: el tiempo. La fotografía en papel se esfuma, las películas pierden nitidez, todo se vuelve gris, fantasmal y finalmente, se desvanece. Sus clones digitales se debaten en la misma incertidumbre trascendental que sus ancestros en papel y celuloide.
Dice la ONU: “Nuestras historias colectivas a menudo se capturan en formatos de película, video, audio o digital y, a través de ellas, podemos a aprender sobre el pasado y compartir nuestras propias historias con las generaciones futuras”. Será todo un desafío asegurar que, de aquí a dos o tres mil años, las generaciones futuras puedan leer episodios del siglo XX, XXI y siguientes de la misma manera en que hoy tenemos registros de hechos históricos a través de los rollos del mar muerto, de las tablillas de las culturas mesopotámicas, de los papiros egipcios y los palimpsestos de la Alta Edad Media. Eso, sin contar con las escrituras en relieve estampadas en los gigantescos muros de templos egipcios como el majestuoso Karnak y el no menos sorprendente Abu Simbel, levantados hace casi 5.000 años. Allí, como si hubieran sido talladas ayer, yacen historias increíbles.
¿Durarán tanto nuestros modestos audiovisuales?
