El nuevo jefe de navegación y puertos va a “tratar” de ser transparente. Está muy bien que lo haya dicho ni bien asumió el cargo porque eso despeja todas las dudas de lo que le espera al país en materia de administración de los ríos navegables y los pocos puertos que quedan aún en manos del Estado.
Nos gustaría creer que el marino retirado a cargo de la entidad portuaria empleó el verbo tratar en alguna de las acepciones que le otorga la Academia, por ejemplo, convenir, acordar, negociar, pactar, concertar, etc. Pero el problema no es el verbo sino el predicado, aquello de “ser transparente”. Queda claro que “tratar” significa, en el castellano paraguayo, intentar algo abriendo de movida el paraguas, haciendo el mejor esfuerzo pero sin demasiada convicción de lograr un buen resultado.
Groucho Marx sentenció: “Es mejor estar callado y parecer tonto, que abrir la boca y despejar las dudas”. Sin alusiones personales. La administración de la República ya no admite sólo buenas intenciones. No sirve, a estas alturas, tratar de hacer algo bien. Ya no hay margen para intentos.
En el tema de la navegabilidad de los ríos, hace falta algo más que una administración transparente, prerrequisito que debiera darse por seguro al momento de entregar una determinada gestión en el ámbito público. La navegación fluvial pasa por uno de sus momentos más difíciles en décadas, con una bajante que encajona gran parte del comercio exterior tanto en la llegada como en el envío de grandes cargamentos.
A tal extremo se ha llegado que de no mediar una transitoria liberación de caudal de Itaipú y, correlativamente, de Yacyretá, gran parte de la cosecha de soja de la temporada 19-20 aún estaría esperando ser embarcada rumbo a los puertos de destino. La tarea que espera al nuevo administrador, en esta materia, es descomunal.
Hace un año, el entonces administrador de la ANNP reconoció que de los 1.470 funcionarios existentes, 850 carecían de función requerida y hacían oficina en Asunción donde ya no hay puerto. De los Gs. 54.000 millones destinados a salarios -45% del presupuesto-, unos 27.500 millones se gastan en gente que sólo calienta sillas.
Para acabar con derroches como éstos y gestionar con éxito una función trascendente, hace falta algo más que tratar.
De lo contrario, mejor es quedarse en casa o hacerse predicador evangélico.