Un estudio de dos universidades canadienses (Dalhousie y McMaster) acaba de patear el tablero en eso de que comer carnes rojas o procesadas agrava el riesgo de padecer cáncer, diabetes o enfermedades coronarias. El documento expresa que “en tres revisiones sistemáticas de estudios de cohorte -diseño analítico observacional- practicados a miles de personas se comprobó la debilidad del argumento de que es menor el riesgo de contraer cáncer o diabetes entre quienes comen menos carne roja o procesada, embutidos, por ejemplo”.
Este hallazgo se enfrenta a recientes recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que, a través de un grupo de 22 expertos de 10 países clasificó el consumo de carne roja como probablemente carcinógeno para los humanos.
Los investigadores de Dalhousie y McMaster alegan que en su estudios “nos centramos exclusivamente en los resultados sanitarios y no tuvimos en cuenta el bienestar de los animales ni las preocupaciones medioambientales al hacer nuestras recomendaciones”. Esta explicación de los canadienses parece sugerir que muchas de las conclusiones contenidas en otras investigaciones podrían estar sesgadas por posiciones asumidas previamente, como el caso de los veganos, que se abstienen no sólo de comer carne sino también lácteos, huevos y toda clase de derivados animales. O de los vegetarianos que consideran que los gases emitidos por las vacas agravan el efecto invernadero.
Bradley Johnston, PhD y profesor asociado de salud comunitaria y epidemiología en la Universidad de Dalhousie, dijo que el equipo de investigación admite que su trabajo es contrario a muchas directrices nutricionales actuales. «Pero no se trata –aseguró- de un estudio más sobre la carne roja y procesada, sino de una serie de revisiones sistemáticas de alta calidad que dan como resultado recomendaciones que consideramos mucho más transparentes, sólidas y fiables».
¿Quién tiene la razón, la OMS, las universidades canadienses?
Tal vez una clave pueda estar en lo afirmado por el nutricionista argentino Alberto Cormillot, quien afirma que el problema no está en lo que se come sino en sus cantidades y frecuencia. “Ni la privación ni el exceso –asegura- llevan a nada bueno. La clave está en el equilibrio de lo que comemos, lo más difícil de lograr”.
Y lo dice alguien que, a sus 81 años, es campeón de tango y tap-tap.