Cristian Nielsen
A medio siglo de una misión de cosmonautas que acabó en tragedia
No es el secreto mejor guardado pero tampoco ha sido, en sus días, un capítulo de gran difusión a escala global. Acaban de cumplirse 50 años de la trágica jornada en la que Vladislav Volkov, Gueorgui Dobrovolski y Viktor Patsayev murieron en su capsula espacial Soyuz 11 víctimas de una descompresión explosiva que les vació de aire los pulmones y los mató en segundos.
El episodio ocurrió en junio de 1971.
La carrera espacial estaba en su apogeo y tanto norteamericanos como rusos iban anotándose logros cada vez más espectaculares porque, literalmente, estaba todo inventándose sobre la marcha. Los tres cosmonautas rusos, por ejemplo, querían demostrar que sus naves eran tan cómodas y seguras que ni siquiera usaban escafandras y la vida a bordo era casi como la que podría transcurrir en la sala de estar de cualquier hogar de la Unión Soviética.
Frente a la permanente hipótesis de conflicto entre las dos potencias nucleares, ganar el espacio era casi como una descompresión de tensiones, asemejándose más a un partido de futbol en el que ambos adversarios iban anotándose tantos.
ROMPIENDO RECORDS – Los rusos habían picado en punta desde un comienzo, abriendo el marcador en 1957 con el lanzamiento del primer misil balístico intercontinental (ICBM) al que Moscú bautizó Semiorka (el pequeño séptimo en ruso) y que en realidad era un monstruo de 280 toneladas capaz de alcanzar objetivos en cualquier lugar del planeta llevando dispositivos nucleares de primera magnitud. A partir de ese día se abrió un nuevo capítulo en la guerra fría y los tiempos de ataques y represalias se acababan de reducir a unos pocos minutos.
Acababa de plantarse algo más que un hito hacia las guerras del futuro. Un mes y medio después que el “pequeño séptimo” hiciera su aparición en escena, Rusia empleó uno de ellos para poner en orbita el primer objeto creado por el hombre, el satélite Sputnik 1, capaz de completar un giro en 96 minutos y transmitir información básica a tierra. Un mes más tarde, otro cohete gigante repitió la hazaña con el Sputnik 2, llevando a bordo una perra llamada Kudryavka (en ruso, pequeña de pelo rizado) pero que pasaría a la historia con el nombre de Laika (ladradora).
Mientras los norteamericanos se entretenían poniendo en órbita satélites de comunicaciones y sensores de radiación cósmica, los rusos les aplicaban directos a la mandíbula: primer satélite solar, primera sonda lunar (Lunakhod 1), primeras fotografías del lado oculto de la Luna, primeros animales en viajar al espacio y volver vivos, etc.
Hasta que el 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin, piloto militar y diputado de Soviet Supremo, se convirtió en el primer hombre en ir al espacio, dar tres orbitas terrestres y volver sano y salvo a bordo de la astronave que llevaba el sugerente nombre de Vostok, Este.
Esto fue demasiado para el estado mayor norteamericano que preparó de inmediato una respuesta.
SALTO DE PULGA – EE.UU. estaba trabajando en su proyecto Mercury a través de la recién creada NASA que empleaba cohetes desarrollados por la Fuerza Aérea. La necesidad de marcar un poroto importante en el tablero de la carrera espacial obligó a apresurar los preparativos y así fue que, un mes después de la hazaña soviética, Alan Shepard, un piloto de pruebas de la Armada, abordó la capsula Freedom 7 (libertad 7) para alcanzar a rozar el espacio en un vuelo que duró 15 minutos.
En esos días, gobernaba la Unión Soviética Nikita Kruschev, un exmilitar y político de personalidad exuberante a quien se atribuye haberse sacado un zapato para golpearlo sobre el pupitre durante una sesión de la asamblea general de la ONU. Kruschev, enterado del vuelo suborbital de Shepard, lo devaluó de inmediato al calificarlo de “salto de pulga” frente a los portentosos logros espaciales soviéticos.
TRAGEDIA EN EL ESPACIO – La Corporación Espacial Rusa Roscosmos, rival de la NASA, había tomado la delantera y solo enfrentaría un hecho superador por parte de Estados Unidos, cuando en 1969 desciendió en la Luna el primer vuelo tripulado comandado por el astronauta Neil Armstrong.
Rusia estaba en otra cosa. En abril de 1971 puso en órbita la primera estación espacial de la serie Salyut, una instalación permanente y de operación automática, diseñada para recibir cosmonautas, mantenerlos un periodo determinado y reexpedirlos de vuelta a la tierra. En eso estaban Volkov, Dobrovolski y Patsayev en junio de 1971. Tras permanecer allí durante tres semanas, el trio de cosmonautas abordó el vehículo Soyuz 11 (unión 11, en ruso) para iniciar el retorno. Mientras soltaba los amarres de la capsula se escuchó un fuerte silbido y la presión del aire bajó violentamente. Fue Dobrovolsky, que comandaba la misión, quien intentó obturar la pérdida, pero en vano. En cuestión de segundos, los tres viajeros sintieron sus pulmones vaciarse explosivamente.
La maniobra siguió, desde ese momento, en automático. La cápsula disparó sus retrocohetes y el descenso controlado se realizó según la rutina. La Soyuz 11 tocó tierra en Karagandá, una provincia del noreste de Kazakhstán, una de las repúblicas socialistas soviéticas. Cuando abrieron la escotilla, los rescatistas hallaron tres cosmonautas muertos y una voluminosa carga de material científico recogido durante la misión de 21 días.
En un instante, Volkov, Dobrovolski y Patsayev se habían convertido en héroes de la Unión Soviética.