Su Misa Criolla revolucionó la liturgia católica en castellano
Cristian Nielsen
Había nacido en Santa Fe el 4 de setiembre de 1921. Se llamaba Ariel Ramírez y de su genio creativo surgió una de las obras musicales más disruptivas del siglo XX, la Misa Criolla.
Corría 1964. El compositor llamó a su amigo Félix Luna a la redacción de Clarin. “Vení urgente, tengo que mostrarte algo” rememora el periodista, historiador y poeta.
¿Qué había ocurrido? El Concilio Vaticano II, que entraba en su segundo año de deliberaciones, había autorizado celebrar misa en idioma vernáculo, rompiendo una larga tradición de liturgia en latín. A Ramírez, la idea de una misa en castellano le estaba dando vueltas desde 1954. El momento había llegado. Su Misa Criolla, grabada en 1964 por primera vez, muy pronto rompió las fronteras y se convirtió en un suceso mundial.
VIAJAR PARA SABER
Ramírez era maestro titulado, siguiendo los pasos de sus padres que habían dedicado su vida a la enseñanza. Pero a él lo fascinaban la música, los ritmos y los colores regionales. Mientras estudiaba piano en Córdoba, tuvo un encuentro que marcaría su vida para siempre. Fue en un albergue estudiantil que compartía con compañeros tucumanos que un día apareció Atahualpa Yupanqui, quien se había detenido a escuchar a Ramírez tocar el piano con mucho entusiasmo. Don Ata le dio un consejo que él se encargaría de seguir escrupulosamente. “Tenés que recorrer el norte, escuchar a sus músicos” fue la recomendación.
Allí empezó su itinerario por las provincias del noroeste argentino, una región transicional fuertemente influenciada por los ritmos de inspiración indígena. Esta verdadera peregrinación alimentó su vocación de intérprete pero también su vena creativa. De esa conjunción nacería una de sus zambas más populares, La Tristecita, con la que iniciaría una extensa producción musical que llegarían a disputarse los principales sellos grabadores de entonces.
A principios de los años ’50, Ramírez dio el salto y para instalarse en Europa, en donde permaneció durante cuatro años haciendo conocer la música “del fin del mundo” en ciudades cuyos habitantes anhelaban escuchar música de todas las latitudes, luego de seis años de una sangrienta guerra.
Finalmente, decidió volver. Como lo hizo en barco, tuvo tiempo de sobra para meditar sus siguientes pasos. Allí nació la idea de crear villancicos en ritmos locales y letra en castellano.
ERA UNA MISA
“Una noche de septiembre de 1964 me encontraba en el diario Clarín cuando recibí un llamado telefónico de Ariel” recuerda Falucho, el apodo de Félix Luna. Quería que me fuera con urgencia a su casa y no admitía demoras. Ramírez estaba muy enfocado en un conjunto de canciones inspiradas en la Misa Luba, una versión de la celebración en latín transcripta al idioma congoleño y estrenada en 1958 en Katanga, una región del ex Congo belga.
“Ariel sabía que su misa no alcanzaba para llenar un long play, así que me pidió que lo ayudara a componer una media docena de villancicos” refiere Luna.
Sin embargo, la misa no solo llenaría ambas caras de un LP sino que tomaría dimensiones impensadas. En aquella noche febril, refiere el historiador, fueron apareciendo el Kyrie (vidala-baguala), el Gloria (carnavalito-yaraví), el Credo (chacarera trunca), el Sanctus (carnaval cochabambino) y el Agnus dei (estilo pampeano).
“Cuando recuerdo esa noche, me parece que alguien nos dictaba lo que íbamos haciendo -relataría años más tarde Luna-. En el tiempo que transcurrió entre mi llegada y la madrugada, cuando volví a mi casa, quedó definida la obra en su totalidad y virtualmente terminadas cuatro o cinco de las seis piezas que la integrarían”.
Concluida la misa, surgió un desafío de la misma magnitud que su propia concepción: quienes y cómo la interpretarían.
Cuando encaró esta etapa, Ramírez tuvo conciencia del enorme trabajo que tenía por delante. Y había poco tiempo, porque se acercaba Navidad y el sello grabador quería tener listo el álbum para principios de diciembre.
Con el piano no había problemas, como era obvio. Pero hacía falta más. ¿Cómo introducir los climas y las transiciones entre cada parte? Entonces surgió la idea de un instrumento de fuerte color norteño, el charango. Necesitaba el mejor charanguista y ese era Jaime Torres.
¿Y las voces? Ramírez venía pensando en un cuarteto de gran personalidad, Los Fronterizos, sobre todo su primera voz, Gerardo “Negro” López, quien tendría a su cargo los solos vocales de tono alto. Lo rodeaban Isella, Madeo y Moreno. Para completar el panorama, Ramírez no se fijó en gastos. Le propuso al padre Jesús Gabriel Segade, músico y sacerdote de la Basílica Nuestra Señora del Socorro de Buenos Aires, que aportara su Cantoría de voces, un muro coral sobre el cual el piano, el charango y el canto iban a tejer una colorida red de misticismo y color. Solo faltaba un ultimo toque, el que correría por cuenta del percusionista Chango Farías Gómez.
Así nació la Misa Criolla que llegó a cantarse en la mismísima Basílica de San Pedro, en Roma.
Casi un milagro.