El nombre del Paraguay en clave de sorna y de magia

Por Cristian Nielsen

El nombre del Paraguay, pronunciado fuera del país, puede despertar diferentes reacciones. Yo recuerdo cuatro que trataré de resumir lo mejor posible.
Si usted, amable lector, tiene la paciencia de leer todo el artículo, verá que lo mejor siempre llega al final.

CONCURSO BERRETA

Carlos Perciavalle es un actor y humorista nacido en Montevideo. Como muchos uruguayos se hizo conocido con su arte en su país pero la fama y el brillo le llegó recién cuando ofrecía sus monólogos en los “café concert” de Buenos Aires. Claro que regularmente “hacía” temporada en Punta del Este en donde los argentinos aman vacacionar.
Un día, hace ya unos cuantos años, tuvo la mala idea de bromear sobre un tema que enseguida levantó roncha entre los veraneantes paraguayos, que no eran pocos en temporada alta hasta que la pandemia cerró a cal y canto todos los balnearios uruguayos.
Perciavalle hizo esta broma: “Había un concurso tan pero tan berreta (algo ordinario, de mala calidad), que el primer premio era un viaje al Paraguay. Pero miren como sería de berreta que el segundo premio era… otro viaje el Paraguay”.
El humorista la sacó barata porque si los paraguayos lo alcanzaban seguro que no iba a salir indemne.
Felizmente, pudo rajar a tiempo.

AHORA, MOLDAVSKY 

Roberto Moldavsky es un “estandapero” -monologuista- que ha llevado el humor a nuevas dimensiones. Siendo judío, la casi totalidad de sus bromas y relatos involucran a sus “paisanos” a quienes coloca sin piedad alguna en situaciones complicadas e hilarantes.
Un día estaba explicando que su fisonomía no se ajustaba a la imagen que el común de la gente tiene de judíos y judías.
-Mi cara no me ayuda -dice Moldavsky- porque tengo facha de Al Qaeda y la gente me pregunta de donde son mis padres, algo así como “de qué parte del Paraguay son”.
Como Perciavalle, el humorista que vendía camperas en el Once -barrio intensamente comercial de Buenos Aires- no imaginó que su chiste podría ser mal recibido en el Paraguay, en donde somos bastante quisquillosos cuando nos citan como ejemplo de algo feo, ordinario, etc.
Bueno, y a quien le gusta eso, paraguayo o marciano.

AQUÍ NO HAY VILLAS 

Esta me tocó vivirla personalmente.
De visita a unos parientes en Buenos Aires, un día me llevan al estadio Amalfitani de Velez Sarsfield, en Liniers, uno de los 48 barrios de la capital argentina. Allí vimos un aburrido partido de beisbol, cuyos movimientos jamás entenderé. Luego fuimos invitados a un “vermut” en el coqueto restaurant seguido de un palique con directivos del club sobre el presente y el futuro de Velez.

En algún momento de la charla supe que en aquellos días -década de los ’70-, Velez Sarsfield era el club social y deportivo con mayor cantidad de socios al día. Periodista al fin se me ocurrió preguntar cuántos paraguayos estaban asociados. No recuerdo el nombre del que me respondió y es mejor que sea así. Porque todo lo que se le ocurrió decir fue: “No, pibe. Disculpame, pero acá no hay villas”. Me agarraron unas ganas bárbaras de levantarme y mandarme a mudar, pero por respeto a mis parientes no lo hice. Eso sí, me venían a la cabeza nombres y leyendas que el mequetrefe -como diría el padrino de Isidoro Cañones- sin duda desconocía. Me pregunto cuántas veces, vistiendo la camiseta de Independiente, el mítico Arsenio Erico lo habrá hecho bailar al arquero de Velez mucho antes de que los tres palos le fueran confiados a otro grande, José Luis Chilavert. También me preguntaba si el tipo sabía que cuando esa leyenda de la locución argentina, Cacho Fontana, pronunciaba el eslogan “Vinagres Alcázar, gran señor de la ensalada”, estaba nombrando el producto estrella de la fabrica fundada por Carlos Barciella, un paraguayo que fue a buscar fortuna a la Argentina. Y sin duda la halló, más bien, la construyó con sus manos.

TAMBIEN LA MAGIA 

Oscar Cardozo Ocampo solía contar que la profesión lo obligó a redefinir el significado de la palabra música. Y así pasó de “el arte de combinar los sonidos”, a “el arte de combinar los horarios”. El manejaba ambas cosas con maestría. Su producción musical lo demuestra. Pero también, como director y arreglista, convocaba muy a menudo a músicos para grabar temas de su propia autoría y también de terceros. Le llovía el trabajo todos los días. Era su “castigo” por el talento que lo desbordaba.

Como llamaba siempre a los mejores instrumentistas, debía hacer malabares para que coincidieran en cada sesión. De ahí lo del arte de combinar los horarios. Pero hacía esta salvedad. Y trataré de recordar sus palabras lo más exactamente posible.
“Cuando voy a grabar música paraguaya vienen todos, no importa el horario. Ni hace falta pedirles su tiempo. Me llaman y vienen. Algunos son músicos del Colón, otros de la Sinfónica. Pero cuando se enteran que tengo listos algunos temas paraguayos, se hacen de tiempo y van llegando…”
Luego me citó algunos nombres. El que más recuerdo es el de José Bragato, un italiano emigrado a la Argentina y uno de los ejecutores más exquisitos del violoncelo, gran amigo de José Asunción Flores y autor, junto a Mauricio Cardozo Ocampo, de la guarania “Sé que te perdí”.
Como se vé, la palabra Paraguay despierta muchos sentimientos, algunos mezquinos pero otros llenos de afecto y devoción.
Por eso dejé la anécdota de Oscar para el final, para que el sabor que quede sea dulce y gratificante.

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