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“UAN MOMENT PLIS, UAN MOMENT PLIS…

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Por Cristian Nielsen

La redacción del diario Hoy estaba recién estrenada. Corría julio de 1977. Las ruidosas Underwood, Olympia y Facit hacían temblar las ventanas cuando a las dos de la tarde el plantel completo se ponía a escribir las noticias. Juan Rómulo Gauto, Sebastián Diaz Royg y Maneco Galeano comandaban esos batallones de periodistas, algunos bisoños, otros más o menos templados en la fragua de la información.

En medio de aquel caos controlado, cae una llamada telefónica sobre cierta muerte misteriosa en el Hospital de Clínicas. Se trataba de un hombre de unos 60 a 65 años, que, según referencias, tenía un fuerte acento alemán. Había sido tratado en el hospital en julio de ese año y luego reinternado de urgencia tras sufrir convulsiones y un cuadro cardiorespiratorio del cual no pudo reponerse. Murió el 10 de agosto bajo el nombre de Federico Wegener.

Pero se sospechaba que ese no era su verdadero nombre.

CONFIRMACIÓN

Alguien había deslizado la teoría de que Wegener era en realidad Edward Roschmann, según se confirmaría más tarde. El “caso” fue puesto en manos de César “Chiqui” Avalos y Rodolfo Víctor Santacruz, más conocido por Rovisa.

Los dos sabían que no podrían avanzar gran cosa si no lograban confirmar la sospecha. A quien podría importar un muerto anónimo.

La clave de este intríngulis estaba nada menos que en Austria, en una ciudad llamada Linz, sede del Centro de Documentación Judía que dirigía Simón Wiesenthal, conocido como “el cazador de nazis”. Llegar a él, incluso por teléfono, significaba un largo y tedioso laberinto de llamadas y confirmaciones.

Entre Chiqui y Rovisa podrían juntar en aquellos días, con mucho esfuerzo, una docena de palabras en inglés, que era el idioma en que se manejaba el “cazador de nazis”. La tarde en que el circulo de seguridad fue superado, Chiqui  vio a Rovisa que, al teléfono,  gesticulaba como un oficial de señales de los viejos navíos de guerra mientras repetía: “Uan moment plis, uan moment plis”.  Al otro lado de la línea estaba Wiesenthal quien les confió el dato que disiparía toda duda sobre la identidad del muerto: “Revísenle los pies. A uno debe faltarle algunos dedos”.

Esa misma noche, los avezados investigadores, acompañados de un fotógrafo, hicieron la macabra faena de revisar los pies al muerto. Efectivamente, a uno de los pies –no recuerdo cual de ellos- le faltaban dos dedos, perdidos –según se supo luego- durante su audaz escape del tren en que los británicos lo transportaban para internarlo en la prisión militar de Dachau, en Alemania.

Se tomaron varias fotos. Pero luego, en el laboratorio del diario, comprobaron que las fotos eran defectuosas. Chiqui me confiaría meses después: “Es la primera vez que veo que la foto de un muerto sale movida”. Por delicadeza, no diré quién sacó aquella foto histórica.

EL CARNICERO DE RIGA 

Edward Roschmann pasó a la historia como “El carnicero de Riga”. Durante la Segunda Guerra Mundial, Roschmann fue comandante del “gueto de Riga”, la capital de Letonia a la sazón ocupada por los nazis, en donde fue el responsable de atrocidades sin cuento en las que murieron unos 40.000 judíos.

Finalizada la guerra, Roschmann fue apresado, luego liberado y vuelto a detener. En esos días se estaban llevando a cabo los juicios de Nurenberg que condenaron a duras sentencias –algunas de ellas a muerte- a numerosos jerarcas del régimen nazi.

Roschmann logró escapar vía Austria gracias a la intervención del obispo austríaco Alois Hudal que contó para ello con la colaboración de su colega argentino monseñor Miguel de Andrea. Así el carnicero de Riga llegó a Argentina en donde fraguó la identidad de Federico Wegener bajo la cual, finalmente llegó al Paraguay, supuestamente huyendo de la persecución del servicio secreto de Israel.

Andrew Nagorski, periodista editor de Newsweek y autor de numerosos libros sobre el nazismo, sostiene Roschmann fue asesinado por el Mossad.

Y si él lo dice.

 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.
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