El planteo silogístico para llenar cargos de relevancia no siempre da buenos resultados. No siempre un ministro de Obras debe ser ingeniero civil. El actual es doctor en teología y periodista, y tan mal no le va. Ahora el Presidente puso un empresario del sector eléctrico en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y la polémica le ha estallado alrededor. Lo han reprobado de mil maneras antes siquiera de que firme su primera resolución.
Los nombramientos disruptivos tienen ejemplos históricos dignos de ser analizados. En lo peor de la segunda guerra mundial, cuando Hitler tenía preparada la invasión de Gran Bretaña, la diferencia entre la libertad y el sojuzgamiento de las islas dependía de sus escuadrillas de caza. El Ministerio de Construcción Aeronáutica estaba a cargo de un militar, de aviación, por supuesto. Era un fracaso. Winston Churchill tomó entonces una decisión que dejó perplejo a su Gobierno. Nombró a un tal William Beaverbrook, magnate del papel prensa nacido en Ontario, Canadá, al frente de la industria aérea. Fue fulminante. Cuando Alemania lanzó sus oleadas de bombarderos sobre Inglaterra como preludio de la invasión, todas fueron diezmadas o despedazadas por decenas de Spitfire y Hurricane fabricados a ritmo vertiginoso en los establecimientos Vickers-Armstrong. Fue una derrota vergonzosa para el delfín del Fuhrer, el mariscal Goering, un as de combate de la Gran Guerra.
Y fue también Hitler quien, emulando a su archienemigo Churchill, tomó una decisión similar cuando sus ejércitos se desmoronaban en el caldero del frente ruso, que le consumía millones de toneladas de material bélico. Nombró ministro de Armamentos… ¿a un general, a un almirante? No, a un arquitecto, Albert Speer, bajo cuyo mando la Alemania nazi produjo más tanques, cañones, aviones y submarinos que nunca antes.
Se podrá alegar que Marito no es Churchill ni mucho menos, Hitler. Pero tampoco el CONACYT es la segunda guerra mundial. Tal vez el “rey del papel prensa” no haya “sabido diferenciar un Spitfire de una picadora de forraje” como se lo acusó en los Comunes. Pero sabía cómo hacerlos rápido, bien y a menor costo.
Quién sabe. Por ahí Felippo tiene algo de Beaverbrook y logra transformar CONACYT. Ojalá que para bien.