Diez meses atrás, las aulas se cerraron y el sistema escolar se llamó a silencio. La pandemia entraba en la peor fase y no era broma imaginar lo que podría haber pasado si se ignoraban, o aflojaban, los protocolos de protección de la población.
Desde el momento mismo en que el sistema se clausuró, con niños, maestros y directores en sus casas, debió haber funcionado un gabinete de emergencia para evaluar el impacto que habría de producir un frenazo tan brutal al proceso educativo. Algunas cifras hablan por sí mismas. Son 1.541.585 alumnos matriculados en todos los niveles y 92.344 docentes inactivos o reduciendo su faena a casi nada, dado que la teleeducación con laptops y smartphones ni siquiera llegó a evaluarse en su efectividad.
Esto significa, en términos presupuestarios, 284 millones de días/clase/alumno y 18.460.000 días laborables/docente que se fueron por las cloacas, además de una ponderable cantidad de funcionarios administrativos que poco o nada tuvieron que hacer todo el año.
¿Qué dicen los representantes gremiales docentes y los padres organizados sobre el inicio de clases? Cosas de terror. Rescatamos algunas afirmaciones canalizadas en la edición de ayer: No hay garantías de seguridad; no hay termómetros, no hay pañuelos ni toallas desechables, no hay lavatorios de manos; la los padres limpian las escuelas; se ignora quiénes van a controlar la entrada a las escuelas…
Y esto es sólo lo formal. De las adaptaciones programáticas y metodológicas, ni noticia. Estamos a un mes del hipotético arranque del año escolar y al ministro y a su gabinete no se les ha visto el pelo.
¿Qué demonios estuvieron haciendo hasta ahora en el MEC aparte de cobrar el salario y borrarse? ¿Ser cronistas del desastre, reporteros de la inoperancia?
Sabemos desde siempre lo de las ecuelas rancho, las mango gype, las que no tienen baños ni luz, las que están llenas de mobiliario destartalado y toda la cantilena. ¿Van a seguir batiendo el mismo parche, el de la falta de recursos?
Lo que más falta en este momento en el MEC es vergüenza, sentido del pudor, compromiso con el futuro de un millón y medio de niños y jóvenes. ¿A qué apunta esta camarilla de inútiles, a otro año escolar acumulando grasa y cobrando sin hacer nada?
Otro año sin clases es inaceptable. Es hora de que el Presidente de la República descabece ese nido de inoperantes rentados.