“Hay que ir contra el verdadero financista del contrabando y meterlo en la cárcel”. Gustavo Volpe, presidente de la UIP. “Este flagelo viene de hace mucho tiempo y tiene que ser erradicado, no solamente controlado”. Euclides Acevedo, ministro del Interior. “Hay que ir al fondo de la cuestión para capturar y castigar. Con esta ley pueden ser condenados (los contrabandistas)…”. José “Paková” Ledesma, senador.
Estas tres citas, extraídas del colega Ultima Hora, reflejan cómo la clase política y la empresaria no sólo usan la nube en términos informáticos sino que, literalmente, viven en ella. Frente a un fenómeno concreto y envolvente, que arranca con la existencia misma de la nación como es el contrabando, tenemos ministros, legisladores y empresarios que se intercambian una polvareda de “hay que ir…”, “pueden ser…”, “tiene que ser…”, “hay que ir a fondo…”, todo en tercera persona, como si no les concerniera el tema.
Por un lado, el gremialista exige meter en la cárcel al “verdadero financista” pero evita cuidadosamente identificarlo. ¿Será porque se supone que todos tenemos que saber de quién habla? Y si es así, ¿por qué el agraviado no acciona judicialmente contra el sujeto? Si el contrabando está destruyendo la industria nacional, es de la más pura lógica que ella se declare agraviada e inicie los pasos necesarios para reparar el daño. Y si es el Estado, que ve reducidas sus recaudaciones fiscales, ¿no le corresponde iniciar las acciones legales? Al parecer, juzgando por lo que dijo el ministro del Interior, el Estado no se siente tan molesto y se refugia en un impersonal “tiene que ser erradicado”. ¿Por quién? Vaya uno a saber.
No hace mucho decíamos que, por desidia o complicidad del Estado, el contrabando establece sus propias reglas, las ejecuta sin estorbo alguno y sigue generando enormes fortunas. Su omnipresencia enturbia por completo el mercado e impide que las reglas de la auténtica competitividad premien el trabajo bien hecho, al producto competitivo a base de calidad y precio. Contrabando y corrupción son dos caras de una misma calamidad que hemos naturalizado, como a su tiempo lo haremos con el COVID 19.
Y la culpa es sólo nuestra, agravada por referentes que hablan de las dos enfermedades en tercera persona, como si fueran extranjeros.