No vamos a incurrir en la inocentada de pretender una política impoluta, inodora y decente. Un dicho popular afirma que para dedicarse a la política hay que estar dispuesto a tirar la honra a los cerdos. En este espacio creemos que este dicho parte de un supuesto erróneo, porque para tirarla, primero hay que tener honra. Y si se está dispuesto a sacrificarla quiere decir que no hay compromiso alguno con este valor esencial en la vida de las personas.
Ayer, en las paginas de El Independiente, un ejemplar de esta sub-especie no tuvo problema alguno en desembuchar detalles de uno de esos asquerosos trueques de cargos propios de las altas cumbres de la vida política criolla. “Hacete a un costado y te damos un ministerio” confesaba el tipo para, a continuación, agregar que fue traicionado, es decir, tirado a la banquina.
El sólo hecho de que alguien considere la posibilidad de ceder a un “plan canje” revela la catadura moral del personaje y de sus convicciones, digámoslo figurativamente, republicanas. Y eso que por ahora, sólo se trata de candidaturas a intendentes y concejales municipales. “Bajate y te nombro ministro de Justicia” o, “dejá para mas adelante tu idea de ser intendente y te quedás con Función Pública”. Y así, sucesivamente.
Este comercio miserable de cargos públicos es la actividad preferida por la “dirigencia política”, en su mayor parte constituida por ansiosos que llegan al poder para calmar hambre atrasada, instalarse en las oficinas más “productivas” y llenarse los bolsillos antes de que termine la fiesta.
Los grandes “caudillos”, en tanto, contabilizan por docenas los cargos jerárquicos en las planillas de funcionarios, que van llenando con serviles dispuestos a ceder un porcentaje de su sueldo al parásito mayor que los puso ahí. ¿Cómo se desmonta semejante maquinaria de expolio?
Esta es la realidad que nos golpea a diario desde el Estado, un panorama que sólo con imaginarlo produce naúseas. La gran mayoría de los políticos ha perdido no solo la honra sino hasta los modales, ya que se jactan de sus enjuagues con total desparpajo. Dan asco y nos inducen a pensar que si no todo está perdido, cada vez estamos más cerca.