Carnicería de medios se salda con la aniquilación financiera de El Nacional
La dictadura que aplasta al pueblo venezolano sólo puede calificarse de bestial, porque cualquier otro adjetivo le quedaría pequeño, insustancial. En ese país los “colectivos chavistas”, bandas de civiles armados alentadas por el régimen, imponen el terror en barrios y ciudades enteras y son en parte responsables de los miles de asesinatos políticos denunciados por la comisionada de derechos humanos de la ONU, Michele Bachelet.
Los ciudadanos deben someterse a las horcas caudinas de las tarjetas de racionamiento de comida, el tenebroso “carnet de la patria” a través del cual se entrega dinero en efectivo y alimentos a quienes voten por el régimen en cada amañada elección local o general. En la era digital y de los algoritmos, todo es posible en la “patria socialista” de Maduro, Cabello y demás.
Venezuela es también la tumba de la libertad de prensa. El viernes pasado contamos la historia del diario El Nacional, fundado en 1944, uno de los más prestigiosos medios impresos de la Venezuela moderna. El diario ya había sido atropellado y ahogado financieramente en su edición impresa, con mil y un atentados, el peor de los cuales fue cortarle el suministro de papel para ahogarlo en su circulación. Finalmente, el tabloide dejó de circular impreso y se refugió en la web. Su director actual, Miguel Otero, vive su exilio en Madrid desde donde dirige la versión digital del periódico.
Pero no contento con arrasarla operacionalmente, el régimen de Maduro le instauró a la empresa una demanda por calumnia con el fin de lograr un resarcimiento de varios millones de dólares.
Naturalmente, una justicia domesticada falló instantáneamente a favor de su patrón, el troglodita Diosdado Cabello, que suele aparecer en TV con un garrote tipo “capitán cavernícola” para crear clima con sus molólogos llenos de amenazas e invectivas.
Con esto se completa el circulo de sumisión perruna a la que también está sometida la “nueva” Asamblea Nacional y, por supuesto, el Tribunal Electoral encargado de dibujar cada acto electoral.
Pero aquí, ningún político ve en la tragedia venezolana nada digno de censurar. Los condottieri de la Armada Brancaleone baten palmas y babean detrás de cada exabrupto del fantasmón caraqueño, el mismo que una vez quiso sublevar a las Fuerzas Armadas paraguayas contra el orden constitucional.
Y así le fue.