En estos tiempos, en la búsqueda de asumir nuestra propia personalidad, de profundizar nuestro “yo” internamente, revisar nuestras creencias, en el proceso de lo que hemos aprendido y lo que va transformándose en constantes cambios, vemos como un desafío, cuidar la salud mental, y sobre todo confrontar situaciones, que reprime, que echa para bajo la autoestima, decir: ¡basta! a lo que nos gobiernan que van en contra de lo que nos impide alcanzar la felicidad.
En tal sentido, aquellas situaciones desagradables, que pisotean la esencia, los principios, los valores, y todo lo que creemos y confiamos que nos hacen bien; ocurre que muchas veces, nos encontramos con una personalidad enmascarada, y reprimimos las emociones, no sacamos por fuera nuestros pensamientos, se llega a sufrir y vivir en angustia al creer que al confrontar todos esos fantasmas, empeorara el conflicto.
He leído o creo haber escuchado en un Podcast, la idea de la confrontación, llegando a la conclusión de que: confrontar a alguien, a algo, o una situación no es un conflicto, es la falta de confrontación es la que agranda al conflicto. Cuando no nos atrevemos a tener o a sostener esas conversaciones incómodas, confrontar aquella situación que nos hace sufrir, que son necesarias para apagar ese conflicto, entender que “acumular” hace daño a la salud física y mental, y que solamente genera más confusión y dolor.
Por lo tanto, es importante empezar a identificar esas actitudes y/o comportamientos, a evolucionar, matar aquellas inseguridades, siendo responsables, y confrontar aquellos conflictos con valentía.