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IV Carta al Pueblo paraguayo – Solemnidad de la Inmaculada de la Concepción (8-XII-2022)

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Muy queridos hermanos y hermanas: Por voluntad de Dios y de la Santa Sede he sido llamado a ser sucesor de los apóstoles, obispo de esta sede donde todos los paraguayos veneran a tiempo y a destiempo a la Inmaculada Concepción de Caacupé. Por eso, me dirijo al Pueblo paraguayo, en especial a todos los que invocan el nombre de Jesucristo con el fin de desearles “gracia y paz” de parte de Dios, nuestro Padre y de Jesucristo, nuestro Señor. En esta cuarta carta que les escribo a los fieles y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad les expreso, ante todo, mi cercanía espiritual exhortándoles a ser fieles a las enseñanzas de nuestro Maestro Jesucristo con el fin de adherirnos cada vez con mayor convicción al proyecto del Reino de Dios.

Nuestro mayor anhelo, como Iglesia, radica, en colaborar desde la formación de una conciencia cristiana para la reconstrucción de nuestro pueblo, de nuestra nación paraguaya, iluminar con la luz del Evangelio la historia del Paraguay: Pasado, presente y porvenir. Nuestro pasado está marcado por luces y sombras; está signado por los sueños y anhelos no siempre realizados. En nuestro presente hay signos positivos, pero también se observan nubarrones y preocupaciones. Y el futuro depende de lo que hoy se construya o destruya. El Paraguay, como nación, desde sus orígenes, está impregnado por los valores cristianos, por la incursión de la fe mediante la evangelización de los jesuitas, los dominicos y mercedarios; por los franciscanos y otros grupos religiosos y por la participación y el empeño de tantos clérigos seculares.

Hemos tenido dos grandes guerras con nuestros vecinos, revoluciones y luchas intestinas.  Paraguay se independizó en 1811 y forjó su propia vida y su propia cultura, una nación libre y soberana con sus tradiciones y su folklore, con sus héroes, con sus poetas, literatos y artistas, con los músicos que supieron describir y cantar las gloriosas gestas de nuestros valientes jóvenes que ofrendaron su vida por un Paraguay mejor. Los paraguayos nunca fuimos derrotados ni por las adversidades ni por las guerras y desventuras. Hemos sobrevivido a una guerra que amenazaba ser un exterminio. Y con el coraje de la mujer paraguaya, como sabiamente señala el Papa Francisco, este pueblo subsistió y se proyectó en la historia. Nosotros, todos los que estamos aquí presentes, y tantos inmigrantes, que se han ido a buscar un porvenir mejor en otras latitudes, somos descendientes de quienes forjaron esta nación. Y nosotros tenemos la misión, hoy, de portar y de entregar la “antorcha llameante” de nuestros ideales y de nuestra identidad cultural a los niños y jóvenes que hoy se forman en las escuelas, colegios y universidades.

Queridos peregrinos y peregrinas: Hace más de dos mil años, Jesús “lloró por su patria”. Así nos relata el evangelista san Lucas. Lloró por Jerusalén, la santa ciudad de David, que cobijaba en su magnífico Templo el “Arca de la Alianza”, principio y fundamento del Pueblo elegido: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, mientras decía: “¡Si también conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes; te estrellarán contra el suelo junto con tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita” (Lc 19,41-44).

Duras palabras del Señor; un análisis de la realidad de aquel tiempo; un negro panorama que el profeta de Nazaret proyectaba sobre Jerusalén y sobre todo Israel que en el año 70 experimentará la invasión, la destrucción y el éxodo, la diáspora masiva de todos sus habitantes. Por eso, mis queridos hermanos y hermanas, es necesario plantear una evaluación de la realidad actual, no simplemente para criticarla sino para enmendar errores, corregir desaciertos, reorientar la vida de la nación con el fin de no experimentar aquella amarga profecía del Señor Jesús sobre su patria que se dibujaba amenazante para el futuro cercano de entonces.

Cuando hablamos de “realidad” queremos, en lo posible, hacer una mirada a todos los aspectos de la vida de la nación: los ámbitos social o político, la economía, la educación, la Iglesia, la ciencia, la administración de la justicia, los poderes del Estado y todo aquello que incide en la dinámica cotidiana de cada paraguayo: los pobres, indígenas, los sin tierra, la droga, el narcotráfico, el uso y abuso de la política entendida hoy como negocio y tráfico de influencia.

Al respecto, no pocas veces se escucha, en ciertos círculos, la errónea e interesada idea de que “la Iglesia no debe meterse en política”, una equivocación conceptual que se debe refutar con el mismo texto evangélico que se suele esgrimir para pretender silenciar la voz profética y arrinconar el mensaje del Reino de Dios en las sacristías y en la intimidad de la conciencia individual, como nos decía san Juan Pablo II, en el Palacio de los López.

En efecto, ante la pregunta tramposa de los líderes si era lícito o no pagar impuesto al emperador de Roma, Jesús usando la misma moneda en circulación, el denario, les respondió que correspondía pagar el impuesto, es decir, “dar al César lo que es del César”, proclamando así la legitimidad del ejercicio administrativo del Estado. Pero, al mismo tiempo, Cristo le pone límites al gobierno humano de la sociedad civil cuando completa su posición con la expresión paralela: “pero a Dios (también) hay que dar lo que es de Dios”, es decir, su imagen, el ser humano (cf Mt 22,16-21).

En consecuencia, el Estado no puede sobrepasar sus límites ni hacer lo que quiera con la imagen de Dios que es el hombre y la mujer, el anciano, el joven y el niño nacido y por nacer porque no son propiedad de Estado sino del Altísimo Señor. Y aquí interviene la Iglesia en su misión profética y humanitaria porque “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS, 1).  La Iglesia está llamada a impulsar el desarrollo espiritual de los creyentes y de todas las personas sobre todo en un tiempo, como el nuestro, en el que el pueblo se siente asediado y acosado por ideologías extrañas y por propuestas políticas y modelos administrativos carentes de seriedad y de sustento moral.

Ante todo, hay que señalar que “lo político” y “lo social” no se pueden disociar. “Política” (o polis) es la expresión empleada por los griegos y la cultura helénica. “Sociedad” (societas) es el vocablo empleado por la cultura latina. De este modo, los social y lo político están íntimamente unidos y se relaciona con el gobierno, el desempeño de los ciudadanos y de los actores que administran los bienes de la gente que se confía a autoridades transitorias.

Para la Iglesia, sobre todo para su doctrina social, que se basa en la dignidad de la persona, el rol del Estado es relevante, tiene mucha importancia porque debe gestionar las políticas públicas, el bienestar de los ciudadanos, el bien común, defender la familia, formada por varón, mujer e hijos porque es el núcleo de la sociedad y “célula viva” de la comunidad eclesial. El Estado no puede limitarse en las competencias administrativas para el pago de sueldos y formulación de leyes o dictar sentencias judiciales. Tiene el rol de distribuir convenientemente las tasas e impuestos que todos debemos pagar con un criterio de justicia, de solidaridad y de transparencia. En este sentido, es necesaria una rigurosa fiscalización del manejo de la cosa pública.

Todos deseamos una vida mejor, una vida digna, con trabajo, salarios justos, formación, salud, descanso como respuesta al propio esfuerzo, como lo hacen tantos padres y madres, hermanos, hijos, nietos, con tesón, en un esfuerzo mancomunado. También esperamos ese “esfuerzo” de nuestro “Cajero guasú”, el Estado paraguayo, cuyos administradores necesitan con urgencia lecciones rápidas de idoneidad y de honestidad. En esta línea, pedimos dos cosas a nuestras autoridades nacionales, departamentales y municipales: Que hagan bien lo que deben hacer y que administren honestamente los recursos que la gente les confía. Que los administren a favor de la gente, en especial de la gente humilde. A las autoridades, el pueblo como soberano, no les ha dado poder para enriquecerse más y más como lo observamos a diario en las denuncias cotidianas de corrupción. Al contrario, se les otorgó la misión de resguardar e invertir el dinero público para el bien de los ciudadanos y sobre todo de los más necesitados. Las Sagradas Escrituras tiene una expresión para los responsables del gobierno del pueblo que se preocupan de llenar sus bolsillos empleando la lapidaria frase: “gobernantes que se apacientan a sí mismos” (Ez 34,2).

Una preocupación fundamental es la situación y el manejo de la economía. A duras penas hemos superado una pandemia y por poco, como resultado inmediato, no hemos caído en una debacle económica. Es necesario fijarse en el endeudamiento de nuestro país en cifras siderales, miles de millones de dólares, como deuda externa, que representa un altísimo porcentaje del producto interno bruto. No nos parece prudente hacer préstamos y más préstamos y aprobar, deliberadamente, un presupuesto deficitario; gastos y más gastos sin tener aún con qué pagar. El panorama sombrío de nuestra economía apunta directamente a la quiebra con toda la consecuencia que se puede derivar. Nuestro país, cuya economía se centra en tres rubros principales: agricultura, ganadería y energía. El bajo valor agregado de las actividades productivas repercute en un alto desempleo o subempleo en tanto que la extracción de recursos naturales choca frontalmente con la conservación ambiental. Cada tanto escuchamos que se tiene la idea de endeudarse más y más, inclusive para pagar sueldos y aumentos salariales de algún sector de los funcionarios públicos. No estamos en contra de que se pague bien a los trabajadores, pero frente a la precariedad de los recursos estatales, sobre todo en salud, educación, seguridad y justicia, es necesario cuidar los gastos.

Dos entidades de gravitación social y económica, fundamentales para nuestro país son el Instituto de Previsión Social e Itaipú. En primer lugar, el IPS es una gran Institución que atiende los problemas de salud de tantos trabajadores y obreros cumpliendo así un rol relevante en la sociedad. Nuestra preocupación radica en la propuesta de “meter mano” a los fondos del Instituto previsional, lo cual es sumamente riesgoso para el futuro de miles de asegurados y sus respectivas familias. Cada tanto se hacen intentos de utilizar fondos del IPS, buscando atajos para solucionar, de modo imprudente y deshonesto, faltantes causados por el mal manejo de la administración de la República. Por eso, con fuerza profética, requerimos que se atienda a no despojar a los trabajadores de los recursos generados con su dinero ganado con esfuerzo y tenacidad. Los obreros tienen derecho a disfrutar plenamente de la asistencia sanitaria y que reciban su justa jubilación. Quitar al IPS de sus recursos resultará muy peligroso. Y nos preguntamos y preguntamos a los representantes que proponen estas posibilidades: ¿No sería el fin del seguro social? ¿Por qué los obreros deben pagar el costo de la mala administración de los gobernantes?

En segundo lugar, inquieta e impacienta la próxima renegociación del Anexo C del Tratado de Itaipú. Desde un tiempo se viene insistiendo sobre la necesidad de prepararnos como país para esa renegociación. El Tratado se firmó en el año 1973 y se ratificó ese mismo año por lo que la revisión puede hacerse a partir del 13 de agosto de 2023, ¡dos días antes de la asunción de un nuevo gobierno! ¡Qué coincidencia interesante! Este tema debería ser una profunda preocupación de todo paraguayo. ¿Cómo corregir el Tratado y qué beneficios debe y puede sacar Paraguay de ello? Sin embargo, seguimos sujetos a cuestiones banales sin colocar este tema en la agenda de cuestiones relevantes. Unos cuantos, seguramente, ya saben qué deben hacer, pero nadie conoce si los beneficios serán para la República del Paraguay o, una vez, más, serán solamente para beneficio de “unos pocos”. Parece un contra sentido que en casi 50 años de Tratado y 37 años de producción de la segunda hidroeléctrica más grande del mundo de la que somos dueños el 50 por ciento; sin embargo, el Paraguay solamente utilizó el 8 por ciento de la energía y en los hogares y en las fábricas se siguen pagando la tarifa más cara. Seguimos consumiendo el 40 por ciento de la energía proveniente de la biomasa, o sea leña, y nuestras calles y plazas siguen tan oscuras como hace 50 años.

Que no se desvíe la atención con aquello de tarifas reducidas y con descuentos de tres meses, coincidentes con el calendario electoral. La cuestión fundamental está en la renegociación y la ciudadanía debe sopesar con inteligencia quiénes son aptos e íntegros para llevarla a cabo. No olvidemos el sentido de la elección porque esta responsabilidad está en el nivel de los gobiernos de ambos países y dentro de los gobiernos, en las Cancillerías y en el Consejo de Administración. Los partidos deben revelar, de ante mano, a quienes proponen para conducir la renegociación y qué se proponen conseguir para el Paraguay. La fecha para la renegociación se aproxima y solo observamos algunas iniciativas aisladas; pero, en general, todos seguimos pasivos, al parecer con pocas esperanzas, con poco interés en algo de vital importancia. La energía es nuestra tercera fuente de ingresos y puede llegar a ser la primera. Deseamos percibir un mayor movimiento y dinamismo en torno al tema. No estamos haciendo “lío” como nos recomendó el Papa Francisco. Hagamos “lío” ahora y no nos lamentemos después con el fin de vender a mejor precio la energía que, como socios, nos corresponde.

Respecto a la administración de la Justicia, hemos sido testigos de un reciente escándalo que afectara al más alto nivel de la Corte Suprema, corrupción que es la punta de un sistema desfasado y poco confiable. Así también, desde hace tiempo se habla de la poca confianza que genera el manejo de la Fiscalía General del Estado. Se requiere la independencia de este organismo de los poderes fácticos para que realice su función con seriedad y ecuanimidad. No queremos fiscales “gatillo fácil” que imputan sin tener una base seria de un supuesto delito; tampoco queremos fiscales complacientes con criminales y perturbadores de la paz pública. Los jueces deben ser personas honorables, dignas y respetables cuyas sentencias y veredictos lleven el sello de la legalidad y de la justicia. No queremos jueces que prevarican y que abusen de sus funciones o fragüen resoluciones a cambio de un puñado de peculio, por presión política o del narcotráfico o de personas que se dedican a estafar y expoliar bienes ajenos. La administración de la justicia, tanto civil como militar, debe tener en cuenta que trata con el destino de personas, a veces, injustamente procesadas. Jesús también fue procesado en dos juicios injustos, el judío y el pagano, y fue condenado a muerte por un tribunal ilegalmente conformado. Los profetas denuncian a los jueces “que convierten en ajenjo el derecho y tira por tierra la justicia, detestan al censor en la Puerta y odian al que habla con sinceridad” (Am 5,7ss).

La vida humana corre constante riesgo ante la incursión del crimen organizado que delinque impunemente bajo el amparo de poderosos patrones. Asesinaron al fiscal Marcelo Pecci fuera del país como si fuera un crimen común, dejando destrozada a una familia y obstruyendo la investigación fiscal sobre el lavado de dinero y otros crímenes conexos al narcotráfico, el tráfico de armas y otros delitos de gran envergadura. Si no fuera por el gobierno donde ocurrió el crimen, el caso, probablemente, seguiría sin resolverse. Pero, por fortuna, la investigación sigue su curso. También fueron asesinados el Intendente de Pedro Juan Caballero y antes su sobrina. Fue acribillado el octavo periodista en esa ciudad, y a una madre y ex esposa de un futbolista en San Bernardino; también fue asesinado el ex director de la Penitenciaría de Tacumbú. Mientras tanto siguen desaparecidos los secuestrados por la banda criminal del Norte: Edelio Morínigo, Félix Urbieta y Óscar Denis sin que se note mucho esfuerzo oficial por rescatarlos. Un conocido delincuente extraditado había expresado con mucha claridad: “El Paraguay es el paraíso de la impunidad”. Necesitamos justicia para todos; hagamos lo correcto con tiempo y no sigamos el ejemplo engañoso de otros países que entran por senderos sinuosos y se pierden por el camino. Así como el Estado no tiene religión, la justicia no tiene partido. Desde las páginas de las antiguas Escrituras Sagradas, el Dios Todopoderoso reclama al asesino por la sangre de su hermano: “(Caín) ¿dónde está tu hermano Abel?… ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn 4,9-10).

No debemos perder de vista el deber de hacer, nosotros los paraguayos, nuestras tareas, administrando buena justicia con leyes justas y exigiendo a quienes tienen la responsabilidad de hacerlo para que nadie reclame los motivos de las sanciones previstas cuando infringen las leyes civiles, y nadie, además, se alarme de que otros hagan lo que nos corresponde hacer.

Hace poco se realizaron en nuestro país los XII Juegos Sudamericanos ODESUR, con una brillante organización que congregó a miles de seguidores del deporte sudamericano y nos dio la oportunidad de demostrar las cualidades humanas de nuestros atletas y la hospitalidad de nuestro pueblo. Varios compatriotas nuestros se destacaron pese al escaso apoyo recibido. Enfatizamos el pacífico comportamiento colectivo en torno a la fiesta deportiva y el trato decente de nuestra gente con los visitantes y turistas lo que contrasta radicalmente con la violencia institucional creada en torno al futbol como referente negativo de una inconducta que debe superarse. Felicitamos a los atletas y pedimos aplausos para ellos que demostraron que “si se quiere se puede”. Qué bueno sería replicar esta fiesta entre las instituciones educativas y clubes de todo el país para dar a nuestra juventud la oportunidad de una vida más sana y de una libertad creativa. Como decían los antiguos latinos: Mens sana y corpore sano (“mente sana en cuerpo sano”). Que esta conducta ejemplar en el deporte estimule a los fieles a “luchar por la corona que no se marchita” (1Cor 9,24-27) que es la vida eterna, como nos dice Pablo.

Estimados hermanos y hermanas: cíclicamente aparecen situaciones que buscan hacer cambios en la educación y en torno a esa polémica se forman grupos que plantean cambios y otros que se niegan a esas reformas. No pocas veces los grupos llegan a la violencia verbal, al hostigamiento, a la descalificación fácil, a la difamación y a la afrenta. La Iglesia se mantiene en su postura de respetar la Constitución Nacional y la Doctrina sobre la vida. A pesar de las fuertes presiones que ejercen los lobbies nacionales e internacionales, seguimos apostando a nuestra fe en la Palabra de Dios, en la familia y en la vida como creación divina. En ese marco, Paraguay se fue desarrollando como una hermosa familia y un noble pueblo que vive con dignidad y moral cristiana. Debemos reconocer que nuestro sistema educativo es deficiente y necesita una transformación. Pero ese cambio deberá realizarse sin ideologías que desvirtúan la naturaleza humana. Esa educación debe ser integral e integrada y debe responder a toda la realidad del hombre y de la mujer, un proceso educativo que respete la identidad sexual, la cultural del pueblo paraguayo y la dimensión trascendente de la vida. Como el Papa Francisco nos alerta, hay que tener cuidado con las “colonizaciones ideológicas” que socaban el cimiento de la cultura de los pueblos. Queremos que nuestros niños y jóvenes crezcan como Jesús, “en estatura, en sabiduría y en gracia” como afirma el evangelista san Lucas (Lc 2,40).

No podemos pasar por alto la realidad eclesial, sobre todo porque el Santo Padre, el Papa Francisco nos ha convocado a un discernimiento profundo sobre la misión de la Iglesia, nos llama a la escucha, al diálogo y a caminar juntos mediante la experiencia sinodal. Ante todo, ya es hora de rechazar el clericalismo, el “carrerismo” y el apego a “puestos” y “cargos” en el ámbito eclesial y fuera de él. La Iglesia está para servir; es servidora como Cristo, su cabeza; ella es promotora del Reino de Dios, Madre y maestra, experta en humanidades. La Iglesia, en este sentido, debe disminuir para que crezca el Reino de Dios, como diría Juan el Bautista respecto a Jesús.

De hecho, en varias ocasiones la Iglesia ha pedido perdón por los pecados cometidos y por el anti testimonio de sus miembros a lo largo de la historia porque como bien señala la Carta a los Hebreos “el sumo sacerdote…es capaz de comprender a ignorantes y extraviados porque también él está envuelto en flaqueza; y a causa de la misma debe ofrecer (sacrificios) por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo” (Hb 5,2).  Con todo, la Iglesia no puede renunciar a su misión profética de anunciar el Evangelio y denunciar las injusticias y todo aquello que se opone al proyecto del Reino de Dios. La Iglesia busca el bien común, el respeto de la dignidad humana, busca que el ser humano, “imagen de Dios”, viva la experiencia en este mundo con libertad y paz, en comunión y en la búsqueda de la verdad. En este sentido, como ya lo he señalado, la Iglesia “no se mete en política”, como se acostumbra decir; más bien ilumina la política con la Palabra de Dios porque “la política debe ser la forma más alta de caridad” (Papa Francisco). Desde el Papa León XIII (1891) con su Encíclica Rerum Novarum la Iglesia ha mostrado, con mayor fuerza, su preocupación por los trabajadores, por las políticas económicas y el bien común (upe ñande rupytypava entérope).

Con la promulgación de aquella Encíclica, la Iglesia se abrió al mundo; y con el gran Concilio Ecuménico Vaticano II animó a los laicos a inmiscuirse decididamente en los asuntos temporales. A 131 años de la Rerum Novarum, nuestros laicos aún parecen separar lo eclesial de lo temporal. Y acercan con cierta timidez la Palabra de Dios en los ambientes. En este segundo año del laicado queremos animarles a asumir, cada vez con mayor impulso y decisión la trasformación del mundo y de las realidades terrenales y llevar el Evangelio de la Vida en todos los rincones y circunstancias. No hay ningún espacio de la realidad en la que se pueda prohibir el acceso del mensaje de Cristo, muerto y resucitado (cf. Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio). La jerarquía de la Iglesia sigue anhelando que los laicos se metan ahí donde se hacen mal las cosas con el fin de hacer lo correcto, lo legal y lo justo y evitar, así, tanto daño, tristeza y amargura de muchos hermanos nuestros indefensos.

No obstante, a pesar de todo, hay situaciones que alegran nuestros corazones de paraguayos, como ejemplo, la reciente designación por el Papa Francisco del primer Cardenal paraguayo, en la persona de Mons. Adalberto Martínez, con cuyo nombramiento culmina una larga espera de nuestro pueblo católico de contar con un miembro del Colegio Cardenalicio. Y mientras preparaba esta carta, fuimos sorprendidos gratamente con la noticia de que nuestra compatriota, la guitarrista Berta Rojas se consagró en dos categorías de los prestigiosos premios Grammy Latino. Los premios Grammy son una distinción otorgada por la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos para dar reconocimiento a un logro especialmente destacado en la industria musical. Berta, se convierte así en la primera paraguaya en lograr estos premios como artista principal al ganar en la categoría. Recibió la Guitarra de Oro, la más alta distinción de la Convención Internacional de Guitarra.

Estamos en tiempos electorales. Es tiempo de demandas de la ciudadanía a quienes aspiran a ocupar cargos y a quienes desean continuar en ellos. Para no pocos ocupar un cargo en la función pública se ha vuelto una obsesión. El que se interroga no se equivoca porque no juzga, pues solo pregunta. Por eso, me pregunto: ¿Por qué razón hay tanto afán de ser político? ¿Es muy grande acaso el deseo de servir? O ¿No se ha vuelto la política un medio ilícito para enriquecerse? ¿O para proteger negocios o gestionar transacciones comerciales? Los cristianos estamos llamados a elegir a autoridades que tengan una mínima credibilidad; que sean patriotas, que su historial de vida refleje el espíritu de servicio y que cimente su programa en un proyecto sólido, sostenible, basado en el bien común, en la transparencia. El papa Francisco nos enseña que aquel que tiene apego al dinero y a los puestos no se haga político ni sacerdote.

Tenemos que preguntarnos en efecto, que harán nuestros candidatos con el problema de la tierra, con el tema de la educación, de la familia, de Itaipú, de IPS, de los indígenas; qué estrategias emplearán para eliminar los grupos terroristas, con los secuestradores que matan no pocas veces con total impunidad, con los que trafican con armas y con órganos humanos. ¿Qué se hará con ellos? ¿Qué soluciones propondrán para terminar con el azote del narcotráfico?, con el nuevo flagelo del sicariato; ¿Cómo van a encarar el tema de la seguridad, el rol de militares y policías? ¿Que se hará con un poder legislativo superpoblado? ¿Qué mecanismos emplearán para que la Justicia sea independiente y objetiva y dejen de prevaricar y vender sentencias? ¿Cómo se podrá mitigar los efectos del tráfico de influencias? No pocas autoridades usan y abusan del poder circunstancial que se les otorga y se creen poderosos e inamovibles, no tienen temor de Dios o actúan como si Dios no existiese. No queremos más autoridades corruptas que, sin pudor, expolian a gente indefensa sumando y haciendo crecer su riqueza mal habida. Queremos autoridades que sirvan al pueblo y no que se sirvan del pueblo. Autoridades que no pisoteen a los “pobres de la tierra” (Dt 15,11). Como dijo Jesús: “Yo no vine para ser servido sino para servir y dar mi vida como rescate por una muchedumbre” (cf.Mt 20,28).

Al despedirme, queridos hermanos y hermanas les bendigo de todo corazón haciendo un llamamiento para que se unan fraternalmente a la causa de Cristo. Trabajemos por la paz, por la justicia, por el bien común con el fin de responder a nuestro grito de angustia por el bien del pueblo paraguayo. Que todos tengan un feliz día de la Virgen de Caacupé, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo bendigan a cada uno de ustedes, a sus familias, a sus comunidades para que reine la paz en sus hogares y puedan celebrar la fiesta universal de la venida de Jesucristo en la Navidad. Que el Señor les bendiga.

Mons. Ricardo Jorge Valenzuela

Obispo de Caacupé

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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