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Instituto en crisis

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Estamos equiparando el robo de una elección a una conversación sobre el tiempo, algo a lo que se le dedica unos minutos residuales para, a continuación, seguir con la rutina. Ya no nos escandaliza, no provoca reacciones de indignación ni exigencia de explicaciones. Algo así como “digamos todos juntos, ¡qué barbaridad! así podemos salir a jugar”, como sentenciara Quino, el humorista sociólogo del siglo XX.

Entre la Mafalda de los ’60 y el criollaje bravío de aquí y ahora han pasado 60 años. En lugar de invertir todo ese tiempo en consolidar el sistema de representación popular, nos hemos empeñado en vaciarlo de contenido, adaptándolo a cada circunstancia y modelándolo a golpes de oportunismo coyuntural.

No caeremos en la ingenuidad de decir que hubo un tiempo en que todo fue normal. El fraude, la manipulación de listas, la carga de urnas, la falsificación de actas, el escamoteo de boletines, la compra de cédulas, el acarreo de votantes, el sufragio compulsivo de funcionarios públicos… todo es una adaptación creativa de las secreciones patológicas dejadas por la dictadura. La Constitución de 1992 y el Código Electoral de 1996 nacieron con la sagrada misión de sanar la República de todas esas enfermedades heredadas, comenzando por restaurar la confianza del ciudadano en el voto como instrumento supremo de la voluntad popular.

Y aquí estamos, transitando algo muy parecido a una crisis terminal en el sistema político y enfrentando la peor de las pesadillas: una combinación de mala praxis en un cuerpo cuya salud ha sido minada por una corrupción sistémica. Las imágenes de políticos en carrera hacia abril próximo giran como en un carrusel sin control con fondo de una música de circo. Rostros estúpidamente sonrientes a los que se van pegando en sucesión las etiquetas de destructores del voto popular. Son nombres que jamás sortearían una “nube de palabras” sin que se les clavaran como dardos los calificativos de ladrón, corrupto o tramposo.

Dicen que las enfermedades de la democracia se curan con más democracia. Va quedando claro que en el Paraguay del siglo XXI, esa receta no estaría funcionando a juzgar por lo que supura del sistema electoral el día después de las internas partidarias. El encarnizamiento terapéutico es ineficaz. Hay que cambiar de diagnóstico y de medicamento.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.
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