Poner al vicepresidente Velázquez al frente de la reforma del Estado es como si Hitler hubiera nombrado ministro contra la discriminación racial a Joseph Goebels: una burla sangrienta a la ciudadanía y un mensaje claro de que no se piensa cambiar nada, ni un tornillo, en la maquinaria oxidada, paquidérmica e ineficiente en que ha sido convertido el Estado.
Hugo Velázquez tiene una docena larga de parientes directos en la función pública, que cuestan miles de millones de guaraníes al año. Y no tiene ningún empacho en admitirlo, arguyendo en su defensa que cada uno está en la función pública por méritos propios, mucho antes de que él llegara a la vicepresidencia.
Este argumento es particularmente deleznable si se tiene en cuenta que de 1.998 a 2.003, Velázquez fue presidente de la Seccional Colorada de Lambaré. Y ya se sabe cómo juegan los presidentes de seccionales en su faena de colocar parientes en la función pública.
No hay quien los detenga y cada uno tiene poder total para completar su cuota de enchufes en el Estado. Si el vicepresidente tuviera un mínimo de integridad, comenzaría por sacar a toda su familia de la función pública antes siquiera de hablar de reforma. Pero como eso es imposible, lo que en realidad el Presidente Abdo debiera hacer es disolver ese equipo autonombrado e ir en busca de una metodología multidisciplinaria para encarar una tarea compleja y llena de ángulos y facetas.
Cuando el presidente norteamericano Bill Clinton encaró en los ’90 la reforma del Gobierno -que llamó National Partnership for Reinventing Government o Asociación Nacional para la Reinvención del Gobierno-, reunió voluntades tanto del sector público como del privado en torno a cuatro grandes metas: Privilegiar la inversión en los sectores público y privado, cambiar la retórica en la toma de decisiones públicas para honrar el trabajo y la familia, reducir sustancialmente la deuda federal, y administrar tanto el gasto como los recortes del gobierno.
Bien llevada, esta reforma le permitió a Clinton entregar, al cabo de su segundo periodo, un Gobierno sin déficit fiscal, ágil y con criterio de gestión privada. En esto lo acompañó codo a codo su vicepresidente Al Gore.
Sería una broma de mal gusto pensar que aquí el vicepresidente tenga resto para encarar algo similar. Para reír sin parar.