En un futuro próximo, los administradores del Estado –los actuales o quienes los sucedan- deberán tomar decisiones absolutamente imprescindibles para garantizar la sostenibilidad del sistema.
Hasta ahora, por comodidad, incapacidad o simple falta de coraje político, los presidentes y sus mesas de ministros han preferido mirar para otro lado y seguir manteniendo la figura del Estado empresario a un costo enorme para los recursos ordinarios del tesoro.
Revisando las planillas, hay verdaderas empresas-cementerio que no sirven absolutamente para nada y aún así son mantenidas como entes públicos o bien bajo ese híbrido de “sociedades anónimas” tan falsas como billete de tres guaraníes.
Bajo este último concepto figuran cuatro: CAPASA, en permanente “reordenamiento”, es un fantasma cuyo valor de mercado más importante podría ser su edificio, de onda neoclásica, en donde se habilitó un museo. FEPASA, un espectro del antiguo ferrocarril en el que nadie se anima a invertir, sin ingresos genuinos y mantenido con oxígeno público. ESSAP, un esclerosado hipopótamo que nada cambió desde la era de CORPOSANA, tiene 250 usuarios por cada funcionario mientras en su colega porteña AySA, tal relación llega a 1/2.675.
En COPACO, otra “privatización” a medio camino hacia ninguna parte, cada funcionario atiende 131 usuarios
mientras que en su seguidora líder en el mercado de la telefonía móvil, cada empleado atiende 650 clientes. Finalmente, para no cansar con este desfile de inclemencias administrativas, la Industria Nacional del Cemento “necesita” 17 veces más empleados que la cementera privada – que acaba de cambiar de manos- para producir la misma cantidad del producto.
El “modelo” estatista proveniente de la primera mitad del siglo XX ya no corre. Sólo sirve para acomodar recomendados políticos y cargar costos inabordables, sólo sostenibles desperdiciando el dinero de los contribuyentes. A la ANDE no le alcanzan sus 4.500 funcionarios para leer medidores así que debe incorporar más gente. Como a esta empresa no le llegaron los avances de la tecnología digital y los procesos online, tiene que registrar el consumo de sus usuarios como se hacía en la época de Tomás Alva Edison.
Hace falta un golpe de timón. El Estado empresario es un dinosaurio que nadie se anima a
enterrar. Porque muerto ya está.