Lenin Moreno intentó quitar por decreto los subsidios a los combustibles generosamente establecidos por el gobierno de su antecesor Rafael Correa. El resultado: Quito se puso en pie de guerra, con las etnias originarias como batallón de choque. El mandatario intentó explicar la inviabilidad de mantener precios artificiales porque no hay donde hacer pie con el presupuesto. Fue inútil. Para evitar que la malla terminara de correrse, dio marcha atrás derogando el decreto tan cuestionado. La paz volvió, por ahora.
Unos miles de kilómetros más al sur, Sebastián Piñera decidió –aparentemente en consenso con la mayoría de los partidos políticos- subir unos centavos de dólar la tarifa del metro santiaguino en el que diariamente viajan 2.600.000 personas. Efecto: Santiago se incendió, literalmente, con manifestaciones de una violencia inusitada. Piñera, en un comienzo, trató de explicar las razones de la suba desde la sostenibilidad económica. También fui inútil. Como su colega Moreno, tuvo que borrar con el codo lo que había escrito con la mano.
Dos casos calcados que llenaron los noticieros de televisión y poblaron de titulares los diarios. A estos dos episodios sangrientos, con muertos y miles de detenciones, no tardaron en subirse los jerarcas de la dictadura venezolana. Mientras Maduro alardeaba de que “el plan está funcionando”, sin especificar en qué consiste pero dando a entender que la “revolución bolivariana” está detrás de los motines callejeros, su ladero Cabello amenazaba directamente con convertir en huracán la por ahora “suave brisa bolivariana”.
Sería torpe quedarnos en la anécdota protagonizada por este par de delirantes aunque peligrosos agitadores caribeños. No podemos ignorar que detrás del modelo chileno, frecuentemente citado como exitoso, se enmascara una profunda brecha social con muchos pobres y excluidos para quienes el encarecimiento del metro es insostenible. Y en Ecuador, la política de choque de Moreno sincerando el precio de los combustibles es impagable en un país con 34% de pobreza, profundizada en el ámbito rural.
Dos casos extremos que reflejan una tendencia general en América Latina.
Cuidarse de la pirotecnia está bien. Pero sería mucho mejor intervenir el polvorín, antes de que le llegue el fuego.
Y ojo, que el Paraguay no es la excepción.