La parasitosis burocrática lo vacía de todo significado.
A muchos militantes colorados les gusta llenarse la boca con aquello de “el Estado servidor del hombre libre”, título de un libro en el que Natalicio González perfila la función de un Estado que busca la felicidad del ciudadano a través de la educación, el cuidado de la salud, el orden y la seguridad, el ejercicio de la libertad y la plena expresión de la identidad nacional.
No vamos a decir que en los días del citado pensador colorado, el Estado paraguayo estuvo servido por los mejores hombres, pero uno tiende a creer que el concepto de servicio al ciudadano y el cuidado del erario público eran preocupaciones serias. Tampoco seremos tan ilusos para creer que en esos tiempos no habría nepotismo, es decir, la costumbre de meter familiares en el Estado aprovechando momentos de poder. Pero sin duda, tal vez porque eramos más pobres o más pequeños, el enriquecimiento ilícito era más difícil. Sin embargo, las ocasiones de dar manotazos al tesoro siempre existieron. Es un hecho histórico que cuando el Paraguay debió embarcarse en la compra de armas ante la inminencia de una guerra con Bolivia, los fondos de que disponía el Gobierno fueron empleados con prudencia. Arturo Bray relata en sus memorias que la misión encabezada por el general Manlio Schenoni para adquirir dichas armas debió manejarse con depósitos bancarios y pagar en efectivo, dado que el Paraguay era desconocido y carecía de crédito.
Schenoni, refiere Bray, era meticuloso, rendía cuenta de cada centavo y las comisiones regularmente ofrecidas por fabricantes y vendedores las incluía en sus informes luego de utilizarlas en la compra de equipo no previsto en los pedidos iniciales. El historiador Alfredo Boccia documenta que uno de los informes de Schenoni, fechado el 30 de mayo de 1928, da cuenta de que hasta ese día había gastado 635.822 libras esterlinas, 11 chelines y 1 penique. Así pudieron ser armados los 15.000 soldados paraguayos que defendieron el Chaco desde 1932 a 1935.
Hoy, ese rasgo de integridad es casi inhallable. En vez de eso, sobre abundan los enclaves parasitarios llenos de planilleros, familiares de los planilleros y parientes de los familiares de los planilleros. Y así hasta el infinito. A estos cardúmenes de inútiles rentados a expensas del contribuyente, hay que sumar la pandemia de la corrupción, que succiona al año más de US$ 1.600 millones según cálculos de organismos internacionales.
Quizá hubo un tiempo en que el Estado haya sido servidor del hombre. Pero eso es historia. Hoy es la Isla de la Tortuga en donde se reparte el botin de miles de filibusteros que lo saquean a diario.