“Vamos a cerrar el puente y pedimos desde ya disculpas por las molestias…”
No, no se disculpa nada. Cerrar un paso internacional es un acto patoteril por completo fuera de la ley. Y no sólo por las molestias que causa sino porque produce daños cuantiosos al movimiento de personas, gente que trabaja del otro lado, que tal vez busca asistencia médica, va de paseo o a visitar familiares. Y ni qué decir los efectos sobre el comercio de importación y de exportación. Si empezamos a implementar la misma actitud incivil que nos llega desde el otro lado de la frontera, muy pronto habremos convertido el Paraguay en una franquicia del tumulto social que se ha apoderado de Argentina, en donde los piqueteros paralizan a diario Buenos Aires con cierres de puentes, ocupación de plazas y parques, acampes en cualquier parte, ollas populares y trancadas de tráfico monumentales en una de las ciudades más grandes del mundo. El panorama que ofrece hoy día la capital argentina, con la avenida 9 de Julio llena de carpas, fogatas con ollas de comida para reclamar comida y gente vivaqueando por todos lados en alguna forma de protesta, es la de un monstruoso campamento humanitario como los que asiste las Naciones Unidas en aquellos fallidos países africanos o asiáticos azotados por las guerras civiles, las matanzas étnicas o las catástrofes naturales. ¿Queremos ser eso?
En Argentina el piquetismo es un agavillamiento contra el sistema usado por políticos como batallón de choque para golpear al Gobierno, debilitarlo y, de ser posible, tumbarlo. Ya ocurrió con Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. Ahora quieren repetir la hazaña con Macri.
Y aquí, ¿qué buscan los proto-piqueteros? ¿Tumbar a Mario Abdo Benítez? Si hay exigencias que hacer al poder –y las hay a montones-, ahí están las sedes del Gobierno frente a las cuales manifestarse: la Presidencia de la República, el Poder Legislativo, la Corte Suprema. Y sitios emblemáticos como la Plaza de la Democracia y las del Congreso. Allí se expresa el ciudadano civilizado. El poder no está en el Puente de la Amistad. Apelar a su cierre es una forma bestia de causar daño para doblegar a la autoridad a sentarse a hablar. Así lo enseñan los argentinos, que para obtener un plan social paralizan una urbe de 10 millones de almas.
¿Vamos volver a la barbarie, como nuestros revoltosos vecinos?