La versión contemporánea de la novela de Ken Kesey aún no se ha escrito. En los ’60, con la cultura underground lanzando subproductos sicodélicos, atropellar el establishment era garantía de problemas sin fin. Exactamente igual que ahora, pero con otro nombre.
El cuco es ese ser imaginario conque se asusta a los simples -niños especialmente- para obligarlos a seguir haciendo determinadas cosas so pena de horribles castigos. Fue precisamente desde los años ’60 hasta bien entrados los ‘90 que los paraguayos padecimos el cuco del comunismo materialista, ateo y apátrida empeñado en fulminar la civilización occidental y cristiana. Caído el muro y pulverizada la URSS, el cuco se aquerenció en China “roja”, ominosa y malévola, cuya misión era exterminar al capitalismo e instaurar la patria colectivista. Por eso decidimos casarnos con Taiwán, la China Nacionalista de Chiang Kai Chek que a cambio de nuestra fidelidad matrimonial nos llena desde entonces de regalos, chucherías, programas de cooperación y donaciones, la ultima de las cuales fueron tres helicópteros Bell UH-1 Huey fabricados en los años ’50 (va con onda).
La última platita dejada caer por la embajada de Taipei en el tesoro paraguayo fueron algo así como US$ 12 millones para construir viviendas. Como corrió la versión de que parte de ese dinero podría usarse en comprar vacunas chinas (de la China grande), el colmenar diplomático de la isla empezó a agitarse y según parece -con los chinos nunca se sabe- se habría expedido una interdicción: “Con dinero taiwanés no se compran vacunas chinas”.
El enojo fue instantáneo. Pero antes de encabronarnos, sería prudente averiguar cuales fueron las condiciones bajo las cuales se entregó la donación por aquello de que “a caballo regalado no se le miran los dientes”. Por ahí…
En lugar de perder el tiempo en enfurruñamientos, deberíamos abrir el enfoque y revisar de una buena y santa vez nuestras relaciones con China, la que nos vende US$ 5.000 millones al año y a la que no le vendemos directamente ni una zanahoria. Llegó la hora del divorcio, y si es o no en buenos términos, Taiwán debe entender que el matrimonio se acabó y que hay que pasar página. Ahora mismo ni siquiera es cuestión de intereses comerciales. Es cosa de vida o muerte.
Pero parece que nadie se anima a volar sobre el nido del cuco.