Varios son los negocios que lograron mantenerse y seguir con un sentimiento de orgullo y adhesión. Conocer estos lugares y espacios simbólicos se convierten en una prioridad para generar una vinculación y sentido de pertenencia hacia el Centro Histórico de Asunción.
Estos locales cuentan historias y sin darse cuenta forjan una memoria colectiva. Son locales que se amoldaron a los cambios sin perder su esencia e identidad, son estos espacios los protagonistas de la dinámica social, económica y comercial, siendo intérpretes trascendentales de la vida cotidiana de la ciudadanía con una estrecha relación a la vida cultural y tradicional del Centro Histórico de Asunción.
CUATRO BARES QUE CUENTAN HISTORIAS
Breves viajes por calles, edificios, hechos y personajes al pasado del Centro Histórico de Asunción desde sus cuatro lugares gastronómicos más tradicionales, según un material elaborado por el periodista e historiador Arístides Ortíz.
EL ASADO A LA OLLA DEL SAN ROQUE
El asado a la olla del Bar San Roque deleita el paladar del asunceno a extremos de placer que solo la carne puede darle. Pedazos de falda, costilla y vacio de carne vacuna chirrian humeantes en una brillante olla de aluminio, removidos cada tanto por un diestro cucharon de madera. Llegado su punto de cocción y previamente salados y condimentados con ajo y limón, son servidos en un plato finamente decorado sobre una de las mesas de mantel blanquísimo ante el rostro desencajado de regocijo del comensal. Todo ocurre bajo la atenta mirada de los miembros de la familia Knapps, hoy propietarios del bar.
Con mi lente del tiempo puesta para ver ese pasado, observo que al lado del concurrido almacén se yergue elTemplo San Roque, en las adyacencias de la calles Libertad (hoy Eligio Ayala) y Tacuarí; ese que gracias a la orden del presidente Don Carlos Antonio López fue reedificado e inaugurado en 1853, tal vez porque ahí mismo el recién nacido Carlos Antonio había sido bautizado; el mismo templo de una nave, con galerías a sus costados y de un imponente campanario que fuera dolorosamente demolido en 1969, para convertirse en un sitio fantasmal que sin embargo sigue en la memoria de la ciudad.
Puedo ver también con mi lente el remolino de pasajeros que bajan del tren y salen de la Estación del Ferrocarrilcruzando la calle Libertad para ingresar a la Plaza San Francisco (Plaza Uruguaya); de ese gentío, muchos se dirigen hacia el bar de Vidondo para aplacar el hambre con los bifes a caballo, las empanadas y el asado a la olla hechas por las cocineras del bar; van caminando sin apuros pero torturados por el sol del mediodía sobre la calle adoquinada hecha de piedras, hasta que escuchan, casi escandalizados, los estruendos de un coche Ford “de bigote” que transita sobre la misma calle. En sentido contrario ven transitar a un pequeño tranvía estirado por dos mulas, en el que viajan funcionarios públicos, abogados y miembros de familias de bien que viven en los barrios de Asunción.
LA SOPA DE PESCADO DEL LIDO BAR
¡¡Una sopa de pescadooo!! Grita con voz afinada una agitada moza mirando al primer piso desde del salón de la planta baja, repleto de comensales asuncenos entorno de la barra semicircular, mientras el que pidió el plato la escucha y la mira con ansiedad en medio del tintineo de cubiertos, el ruido de los vehículos de la calle y el murmullo de la gente en la barra.
El Lido, en el corazón del Centro Histórico de Asunción, en el bar donde esa sopa de surubi rebosante de queso, leche y aroma de orégano bordea el plato hondo a punto de derramarse. El mismo que, 63 años atrás -1953-, fue abierto y atendido por el alemán Enrique Shulz. Ese en el que hoy cocina Petrona Domínguez, quien desde el primer piso ordena que bajen con urgencia el plato de sopa de pescado solicitado a voces.
Para evitar la impaciencia de la espera de mi sopa de pescado, ocupó una mesa ubicada sobre la vereda y me pongo mi lente de viajero del tiempo. De inmediato brotan ante mis ojos como hologramas edificios y personajes de la Asunción de esta esquina formada por las calles Chile y Palma, pero de mucho tiempo atrás.
Veo entonces a un hombre en levita, sombrero y bastón caminando sobre la calle Palmas una calurosa noche del último día del año 1878. Pasa frente a la calle Independencia Nacional y atraviesa Palmas para dirigirse hacia la amplia y oscura galería del Mercado Guasu, ya en silencio luego de un día agitado, un día donde su recinto cuadrangular fue fatigado por las vendedoras de miel, de frutas, de gallinas, de huevos, de mandioca, de surubi, el mismo surubi del Lido que fue sacado del mismo río Paraguay para la sopa de pescado, según publica el portal plancha.gov.py