Su trabajo inicia antes de salir el sol. A las 6:00 debe tener enfriados y embolsados los panes que quedaron en reposo para cocción desde la tarde anterior. “Aprendí de grandes maestros panaderos en Argentina y Brasil y cada vez que salgo con el pan caliente del día siento la satisfacción que las PPL comen saludable”, explica complacido “Chiva” que amasa 150 kilos de harina y no les adhiere conservantes, prestando también atención a las diferentes dietas de PPL.
Aparte de las galletas, es muy posible que en días especiales saque horneados de los fogones galletones con anís, pan cañón, francés, de Viena, de leche, de hamburguesa, integral o dietético y hasta coquito o rosquita. Cocina siempre contra reloj y sin descanso, con la ayuda de cuatro PPL que llevan tiempo aprendiendo con “Chiva”.
“Solo necesitan ganas de formarse, con algunos conocimientos básicos es suficiente. Si aprenden, podrán poner un puesto de pan al salir”, les insiste el destacado mientras les trasmite sapiencia.
Aún le queda completar dos años de condena, pero mientras pausa para el descanso, “Chiva” tiene la cabeza ocupada en el futuro. La panadería del penal no le deja rédito, pero sí la cantina de verduras y frutas frescas que montó con dos secretarios privados de libertad y visto bueno del director.
Las ganancias ahorradas recompensan materializando sus sueños en un tinglado que pudo levantar para la planta de su futura panadería y comprar máquinas de segunda mano. La venta de un auto viejo servirá para adquirir un comioncito repartidor.
A sus 51 años y con tres hijos, al recuperar la libertad anhela llevar una vida tranquila y dejar atrás al niño de siete años que salió a ganarse la vida cobijado a su abuela que lo crio lavando ropas. “De mita’i fui responsable, hice changas como lustrabotas, canillita y a los 11 años me estrené como vendedor de una panadería cuyo dueño me adoptó como el padre al que nunca conocí. Al recuperar mi libertad trabajaré en mi propia panadería y viviré para ser útil a la sociedad, porque la ambición me quitó mucho», asegura Julio César.
Al culminar la nota confesó también que el penal lo hizo más espiritual, más humano; «yo llegué a ser muy soberbio”, concluye la PPL.