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Albert, el científico bromista

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Riguroso en la ciencia, divertido en la vida social

Por Cristian Nielsen

Si Albert Einstein viviera, tendría hoy 142 años. Nació un 14 de marzo de 1879 en la ciudad de Ulm, en la plenitud del Imperio Alemán creado por Otto VonBismarck y férreamente gobernado por el Kaiser Guillermo II. 

Albert vino al mundo en el seno de una familia judía integrada por Hermann Einstein y Pauline Koch. Por entonces, la cuestión racial no había alcanzado la categoría de política de Estado como sí pasaría durante la era nazi. Esta obsesión por la pureza racial le hizo decir un día que “la raza es un fraude”. 

“Todos los pueblos modernos -escribiría años más tarde- son un conglomerado de tantas mezclas étnicas que no existe ninguna raza pura”. 

LA HERENCIA – Albert no iba a heredar ninguna fortuna familiar. Su padre y su abuelo vivían en Sttutgart, sobre el río Neckar admirablemente acondicionado para la navegación. Eso les permitió dedicarse al comercio de cereales por el que Albert jamás parece haberse interesado. En cambio, sí le apasionaba el amor de su madre por la música, habiendo recibido de su padre su propensión a la generosidad y la amabilidad.

El mismo manifiesta su carácter cuando afirma que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Su paso por la vida y el profundo rastro que dejó en la ciencia y el conocimiento es la forma cómo se asomó a ambas: desde el anonimato.

¡QUÉ EDUCACIÓN! – Cuesta creer hoy que Albert fuera un niño con dificultades de desarrollo. No habló sino hasta los tres años. Era más bien solitario y taciturno, socializaba con mucha dificultad y prefería compartir su tiempo de soledad con su hermanita, Maya. 

Su paso por la escuela fue gris. Cuando cursaba estudios en el Luitpold Gymnasium, a los 15 años, tuvo un econtronazo con cierto profesor que le pronosticó un negro destino: “Ud. jamás conseguirá nada en la vida”. 

Tal vez sean estos oscuros momentos de su vida que un día le hicieron decir que “la educación es lo que queda una vez que olvidamos todo lo que aprendimos en la escuela”.

LO RELATIVO – Alguien que influyó seriamente en el joven Albert fue su tio Jacob Einstein, un ingeniero que se dedicaba a idear aparatos tecnológicos que jamás sirvieron para nada. Pero frecuentar su taller y leer los libros de divulgación que le prestaba terminaron por despertar en Albert su pasión por la investigación.

Nació así el agnóstico que se cuestionaba los dogmas religiosos y rechazaba al Estado y la autoridad. Después de un errático pasaje por la educación secundaria, ingresó al Politécnico de Zurich, tras renunciar a su nacionalidad alemana, egresando en 1900 con el título de profesor de matemática y física. 

Siguieron luego sus “años milagrosos”, cuando enunció cuatro principios: el movimiento browniano, el efecto fotoeléctrico, la relatividad especial y la equivalencia masa-energía. Entonces le llovieron las distinciones. Primero, doctor por la Universidad de Zurich, y luego el Premio Nobel de física en 1921.

Así empezaba el camino a la “teoría de la relatividad”.

ALBERT BROMISTA – El “joven Einstein” no se tomaba muy en serio este brote de notabilidad personal. “Lo importante -confiaría más tarde- no es convertirse en un hombre de éxito sino en un hombre de valor”. Albert creía que “la madurez comienza a manifestarse cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”.

También consideraba que la ciencia cumple acabadamente con su misión si se consigue que todo el mundo la comprenda. “No entiendes realmente algo -bromeaba- a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela”.

Sus cuestionamientos a la religión, a cualquiera de ellas, atravesaron gran parte de su vida. “No puedo imaginar un Dios que recompense y castigue los objetos de su creación -se interrogaba en uno de sus frecuentes monólogos.- Tampoco puedo creer que el individuo sobreviva a la muerte del cuerpo”.  Era un militante inclaudicable del rigor y del compromiso con la verdad. “Quien sea descuidado con la verdad en asuntos pequeños -reflexionaba- no será confiable en asuntos importantes”.

JUGANDO CON LO RELATIVO – Albert hizo muchas definiciones sobre su teoría de la relatividad. Esta quizá sea la más divertida: “Al cortejar una chica, una hora parece un segundo. Al estar sentado sobre un carbón candente, un segundo parece una hora. Eso es la relatividad”.

Cuando finalmente se logró la fisión del átomo y se abrió paso a la era nuclear, Albert sintió una ola de pesimismo:  “¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

Y rubricó el pensamiento sentenciando que “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana”.

“Y del Universo -concluyó- no estoy tan seguro…”

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.