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¿Vamos a ver el hidro?

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Por Cristian Nielsen

La invitación me pareció bastante rara. Mi vecino, con el que había hecho buenas migas a poco de llegar de la Argentina, no esperó a que le respondiera.  Simplemente dijo “vamos” y me acaudilló sin miramientos en aquella experiencia por completo nueva para mí.

Qué será el hidro me preguntaba. Mi perplejidad era lógica porque, con 13 míseros años y recién trasplantado de la pampa húmeda a la aún fragante tierra colorada, no entendía la mitad de lo que me decían y la otra mitad la adivinaba. 

Sumido en estas cavilaciones, caminé con mi vecino y amigo hasta la calle Santa Fé en Ciudad Nueva (actual Irrazábal) para tomar el “línea 11” y luego el 4. El cartelito indicador del itinerario decía “San Vicente-Puerto”. El viaje costaba “dos guaracas”, es decir, dos “soldaditos”, porque en esos días, el billete de dos guaraníes no existía. 

No tuvimos tiempo de charlar mucho dado el batifondo que armaba aquella cafetera cubierta de una crujiente carrocería de madera de industria nacional. El viejo motor Ford, tal vez rezago de la guerra del Chaco, rezongaba y tosía en las empinadas subidas por calles empedradas y se relajaba luego cuesta abajo dando tumbos y bandazos.

Así llegamos al puerto, un edificio nuevo cuya silueta me era conocida. Claro, por la misma entrada que ahora cruzaba en sentido inverso había llegado al Paraguay a poco de iniciarse 1959, luego de desembarcar del “vapor de la carrera”. 

Mi amigo entró de inmediato en agitación. Me invitó a aguzar el oído para escuchar el ronroneo de lo que parecía ser un avión. 

-Ahí está, ahí llega –decía exaltado mi cicerone. 

Era el hidro.

VIAJES… LOS DE ANTES – Un minuto después, la silueta de un avión panzudo y gris empezó a evolucionar alrededor de la bahía de Asunción. Por algunos instantes desapareció tras Ita Pytá Punta para reaparecer en vuelo rasante sobre el cauce principal del rio Paraguay. Segundos después se desplegaba detrás del avión una especie de cola de cometa formada por el agua desplazada por… claro, por el hidroavión de Aerolíneas Argentinas que llegaba inusualmente puntual. 

Ahí estaba el hidro. Ese era. El gran pájaro se movía con comodidad en el agua, con los cuatro motores regulando, levantando surtidores de agua pulverizada y haciendo un ruido importante. 

-Conque era un avión, ¿eh? –interpelé a mi amigo-. ¿Viene alguien conocido?

-No, para ver nomás.

Eso era todo, ese era el atractivo: ir a ver acuatizar el mamotreto de metal, ruidoso y desgarbado que había echado el ancla frente al Club Mbiguá y hacia el cual se dirigía una especie de lancha para recoger pasajeros, equipaje y carga y desembarcarla en el muelle portuario.

Lo que yo no comprendía entonces era que, para una ciudad de aire provinciano, la llegada del hidro era un acontecimiento del que se enteraba todo el mundo, tal era el bochinche que hacía aquel pajarraco mecánico.

Los viajeros llegaban con ese rictus de cansancio y abombamiento que les dejaba semejante experiencia. Eran cinco horas de viaje con escala para reabastecimiento, suficientes para producir un efecto de aletargamiento del que costaba reponerse, según algunos de los viajeros.

 

DE LO MILITAR A LO CIVIL – Finalizada la II Guerra Mundial, las potencias aliadas –en especial EE.UU. y Gran Bretaña- se encontraron literalmente desbordados de material militar sobrante, entre el cual sobresalía el Short  S.25 Sunderland, una “hidrocanoa” desarrollada por la firma británica Short Brothers para la Real Fuerza Aérea. Disponía de dos cubiertas, la superior para personal militar operativo y la inferior con seis compartimentos que albergaban camarotes, cocina y baño. El Sunderland era un arsenal volante. Estaba armado con un cañón de 37 mm y llevaba 900 kilos de bombas, minas o, según la misión, cargas de profundidad. El Short se reveló letal como arma antisubmarina y las tripulaciones de los U-Boot alemanes les temían como a ninguna otra arma. 

En tiempos de paz, los Sunderland fueron readaptados como avión comercial de pasajeros, adoptando el nombre de Sandringham. Podía llevar 24 pasajeros en vuelo diurno y 16 en navegación nocturna, con camarotes en toda regla. Además, conservaba su original vocación de “royal mail service” –correo oficial británico- con capacidad para 2.830 kilos de correspondencia diversa.

 

TODA LA CIUDAD – Aerolineas Argentinas adoptó los Sandringham a principios de los ’50 y los usaba para unir Buenos Aires con Asunción y Posadas.

Cuando un hidro de Aerolíneas despegaba frente a Asunción, toda la ciudad se enteraba, sobre todo si se daba ese fenómeno acústico-atmosférico que los viejos sabios llamaban “plafond bajo”.  Los cuatro motores radiales bramaban a todo dar y se los seguía escuchando hasta que la barrigona silueta del viejo guerrero del aire se perdía en el horizonte. 

En el puerto, algunos lloraban y otros seguían con la mirada perdida en el horizonte.

Como llegó, el hidro se había marchado. 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.