Cristian Nielsen
Algunas familias se organizan y si hicieron sus regalos en Navidad, en Año Nuevo la tarjeta descansa. Claro que queda todavía Reyes, que obliga a repetir el acto si aún hay población parvularia en la casa. Los yanquis son muy buenos en esto de hacer cálculos. La revista People publicó a fines de 2019 -cuando estábamos todos al borde de la pandemia- que un norteamericano promedio gastaría ese año unos 965 dólares sólo en regalos de Navidad. Eso, sin contar la comida y el beberage apropiados para la fecha.
Y uno se pregunta. ¿Tanto regocijo produce el nacimiento de Cristo? ¿Tiene algo que ver con la fecha la costumbre de reventar el presupuesto comprando cosas, comiendo y bebiendo como si la extinción se produjera mañana?
Parece que no, que esas costumbres vienen de muy lejos y muy antes de que se produjera el nacimiento más célebre de Betlehem.
En esto de celebrar y regalar banqueteando, los antiguos romanos no tenían rival porque llevaron el arte a niveles exquisitos.
LAS SATURNALES – Las saturnalia ocupaban un sitio muy destacado en el calendario festivo de los descendientes de Rómulo y Remo. Por esos días, entre el 16 y el 25 de diciembre, se producía el solsticio de invierno, con el día más corto del año.
En las saturnalia se celebraba el final de las cosechas antes de entrar al riguroso invierno septentrional. Era una fiesta general a la que se entregaban patricios y plebeyos, ciudadanos libres y esclavos, con una gran comilona en la explanada ubicada frente al templo de Saturno, en el Foro Romano.
El arranque se producía la noche del 24 de diciembre, con un despliegue general de antorchas y fogatas para romper las tinieblas. El amanecer del 25, cuando “la Aurora de rosados dedos” (Homero, en La Ilíada) asomaba en el horizonte, el Sol Invictus iniciaba una nueva carrera por el pleno imperio de sus rayos vivificantes que llegaría a la meta el 21 de junio.
Como se ve, había mucho que celebrar y los romanos sabían cómo hacerlo.
PLANTAS, VELAS… — El 25 de diciembre todo el mundo era libre de hacer lo que quisiera, incluidos los esclavos que por 24 horas disfrutaban de la libertad total.
Los romanos eran muy afectos a regalar plantas. Una de ellas era el silfio (silphio o laserpicio, en latín), una hierba de grandes propiedades gastronómicas y medicinales, ya extinguida. Tenía raíces voluminosas, hojas chatas y coronada de pequeñas flores amarillas. La savia resinosa del silfio era aprovechada como esencia medicinal para curar la tos, bajar la fiebre y mitigar el dolor de garganta. Pero también era muy apreciada como condimento, según cita el gastrónomo Marco Gavio Apicio en su libro “Antología de recetas de la Roma imperial”.
Otro regalo que los romanos gustan hacer eran las velas y lámparas de aceite. Las velas provenían del origen mismo de la ciudad, unos 500 años antes de Cristo. Se las fabricaba de grasa animal, y con el paso del tiempo, dado el amplio uso que tenían, las velas fueron adquiriendo diversas formas y, si se las obsequiaba en ocasión de alguna festividad o celebración, iban adornadas con ramos de mirto, símbolo de la fidelidad y de hiedra, una planta trepadora que se adhiere sólidamente a los muros de piedra y que representan la eternidad. Por eso las catacumbas romanas estaban adornadas, a la entrada, de densas coberturas de hiedra.
Las lámparas de aceite llegaron a adquirir proporciones, tamaños y acabados prácticamente infinitos. Son las precursoras de la célebre “lámpara de Aladino”, uno de los cuentos de Las Mil y Una Noches. Los hogares romanos, en especial los de familias pudientes, estaban llenos de lámparas de ese formato, lo cual determinaba un alto consumo del aceite de oliva que las alimentaba. Aunque su uso las volvía vulgares, los artesanos del Transtíber (Trastévere) se las arreglaron para producir versiones aptas para un buen regalo en las saturnalia.
CULTO CATOLICO – Cuando los cristianos dejaron de ser comida de leones y pasaron a constituir una mayoría en Roma, la jerarquía de la iglesia trató de eliminar las festividades paganas que aún quedaban en la tradición de la ciudad, en especial, las saturnalia, dado que sus excesos gástricos y sexuales ofendían la nueva moral cristiana.
Como el propósito fue imposible, se optó por transformar el 25 de diciembre en la fecha de veneración del nacimiento del salvador del mundo, celebrando oficios religiosos en lugar de las bárbaras bacanales.
Pero como puede notarse, la costumbre de hacer regalos y servir mesas abundantes y bien regadas pervive en el tiempo.
Ayer saturnalias, hoy navidades. Como diría el viejo Cicerón, “oh tiempos, oh costumbres”.