El concierto de Beethoven bautizado Emperador, contra su voluntad
La historia de amor-odio hacia Napoleón del compositor nacido en Bonn en 1770 y muerto en Viena a los 57 años, se originó en la admiración que Ludwig Van Beethoven sentía hacia el gran corso vuelto amo del mundo.
Todo empezó cuando Beethoven se radicó en Viena para estudiar música con Joseph Haydn. Su vocación libertaria le impedía moverse cómodamente en el clima opresivo de la corte austríaca, sobrepoblada de condes, príncipes y asfixiantes protocolos palaciegos. El músico miraba con creciente simpatía la irrupción del fenómeno iluminista puesto a rodar por la revolución francesa y, sobre todo, por su numen tutelar, Napoleón Bonaparte, quien simbolizaba sus ideales juveniles envueltos en un robusto romanticismo. Por eso, cuando escribía su Sinfonía N° 3 no dudó en titularla Bonaparte.
Entonces, en medio de aquella epifanía entre compositor y el militar revolucionario, estalló el escándalo. El 18 de mayo de 1.804, en el solemne recinto de Notredame de París, Napoleón se autoproclamó emperador, pisoteando todos los enunciados de la revolución parida y criada para esparcir urbi et orbi los principios de igualdad, libertad y fraternidad.
Se dice que Beethoven tuvo un ataque de furia. “Al fin y al cabo, sólo un hombre…” bramaba el compositor que se sintió traicionado en sus más intimas convicciones. Rompió la hoja de cabecera de la sinfonía y reescribió su nombre. A partir de ese momento, sería la Heroica.
El gran maestro estaba quedándose irremediablemente sordo. En 1809, cuando escribía su quinto y ultimo concierto para piano, Viena era bombardeada por las tropas napoleónicas que terminaron por ocupar la ciudad. De esa época dejó escrito: “Qué vida más atormentada me rodea, llena sólo de tambores, cañones, soldados, desgracias por doquier …» Estaba viviendo sus últimos años como concertista, ya que la sordera lo iba distanciando cada vez más del piano forte.
Pero tuvo energías para culminar su Concierto para Piano y Orquesta N° 5, definido por sus contemporáneos como el más monumental y difícil de interpretar de todos.
El 28 de noviembre de 1811, aquella obra maestra se estrenaría en la sala de conciertos Gewandhaus, en Leipzig (Alemania). Cuando alguien pretendió bautizarla Emperador, Beethoven se opuso rabioso. “Que no me confundan con ese hombre…” repetía.
Fue inútil, porque como Emperador se conoció desde entonces, y para siempre, el más imponente de los conciertos de Beethoven.