Elecciones con récord de atentados mortales
Las elecciones del pasado fin de semana pueden ser inscriptas como las más sangrietas de la historia, con una cantidad récord de atentados mortales de los que fueron victimas principales candidatos a concejales. Para contrastar esta campaña amojonada de actos sangrientos habría que remontarse a los siete asesinatos de candidatos a concejales y alcaldes ocurridos en Colombia camino a las elecciones regionales de 2019. O tal vez, aunque el ejemplo sea un tanto extremo, a los siniestros ajustes de cuenta entre carteles del narcotráfico mejicano.
Como sea, no debiéramos aceptar como algo corriente algo tan dramático y bárbaro como eliminar a un adversario físicamente antes que enfrentarlo en una puja electoral de frente y lealmente, con la ciudadanía como arbitro.
Hoy usamos un verbo muy descriptivo para referirnos a algo que comienza a ser rutina, corriente, casi desprovisto de sorpresa. Hablamos de naturalizar, como que un atentado criminal es parte de la vida diaria de las personas. Pero, ¿Cómo se puede naturalizar un asesinato? Si llevamos la cuenta de los homicidios y atentados ocurridos rumbo a las municipales del domingo pasado, la cuenta es terrible: Bartolomé Morel y Haylee Acevedo (Pedro Juan Caballero), Néstor Echavarría (Nueva Germania), Carlos Aguilera (Itakyry) asesinatos de políticos a los que hay que sumar el atentado a balazos contra el vehículo en que se trasladaba Emiliano Cano, de Hernandarias, también candidato en las pasadas elecciones.
¿Podemos naturalizar esto?
Hasta no hace mucho, la violencia política era propia del día de elecciones, con escaramuzas, agresiones, robo de urnas o intimidaciones varias, algunas veces, con derivaciones de fenomenales borracheras colectivas generadas por el triunfo de esta o aquella lista, es decir, algún acuchillado o baleado, pero producto de la euforia o el descontrol.
Pero ahora estamos hablando de asesinatos selectivos, a sangre fría, para generar terror y bajar de las listas a candidatos que podrían ser una molestia para los caciques de la política o barones de la droga. Esto no se combate como en un día de elecciones, desplegando policías y militares por todos lados. Este surgimiento del sicariato por encargo requiere una labor de inteligencia mucho más profunda y abarcativa.
¿Tendrá con qué hacerlo el Ministro del Interior?