Combatir incendios no sólo es cuestión de recursos materiales.
En un país en donde la capacidad de reacción del Estado ante una emergencia es más que deficiente, es la iniciativa privada la que debe tomar la iniciativa y liderar la acción. Un ejemplo práctico vino desde el norte del Chaco. Hacia mediados de la semana del 15 al 21 de agosto, las alertas satelitales indicaban que los incendios se habían descontrolado en el departamento de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
El viento dominante del nor-oeste impelía los frentes de llamas directamente hacia el Chaco norte paraguayo, exactamente como ocurriera en 2019. Esta vez, como en aquel año, fueron los productores agroganaderos del Alto Paraguay los que hicieron sonar la alarma y para el 19 ya habían instalado en Base 7 -en una pista confiscada al narcotráfico- un campamento en el que muy pronto se congregaron bomberos voluntarios de Filadelfia, personal de la Secretaría de Emergencia Nacional, pilotos de la Fuerza Aérea Paraguaya con aviones CASA-212 de transporte, un avión hidrante PZl Dromedair de matrícula argentina, camiones cisterna, un sistema de seguimiento con drones para monitorear focos de calor donado por WWF Paraguay y todo el personal voluntario procedente de establecimientos del Alto Paraguay.
Para el domingo 22, cuando el primer frente de llamas entró a territorio paraguayo, los equipos de campo ya estaban trabajando en la apertura de franjas cortafuego y en la contención de las llamas. Las proyecciones de los meteorológos estimaban que hacia mediados de semana -es decir el miércoles 25- un frente frio del sur ayudaría al combate. Pero nadie se sentó a esperar. Una asociación público privada, liderada apropiadamente, impidió que el fuego produjera los mismos efectos que en 2019.
No es cuestión de más recursos materiales, nuevas leyes o nuevas estructuras burocráticas como se afrontan las emergencias. Es con gestión eficiente, energía y determinación de Estado e iniciativa privada, como se alcanza la mejor performance y los mejores frutos. En el caso citado, hubo un trabajo coordinado que comenzó con la alerta activada con sensores remotos, una red de comunicación y monitoreo aéreo de las zonas más sensibles a los incendios. Determinadas las zonas de mayor riesgo, lo que siguió fue el despliegue de dispositivos de combate y control a fin de liquidar todos los focos de calor remanentes.
Todo estaba disponible. Sólo había que actuar.