Por alguna desconocida razón, los famosos mensajes ante el Congreso son, desde los días de Stroessner, un letárgico desfile de cifras, citas, balances, estados contables, programas y proyectos, todo relatado en tono soporífero que invita a apagar la tele o la radio.
Hasta ahora, ningún presidente logró encajar un estilo propio en el cumplimiento de esta obligación constitucional que Rodríguez, Wasmosy, Cubas, González Macchi, Duarte Frutos, Lugo, Franco, Cartes y el actual se han encargado de transformar en una suerte de purga verbal, un emético oral que despierta bostezos, desperazamientos y hasta profundos estados de estupor en la mayoría de quienes cometen el error de sintonizarlo cada 1° de junio.
El informe al país es una oportunidad como pocas para comunicarse con la ciudadanía. Ese señor que ocupa la más alta magistratura está allí por el voto popular. Cuando salió a la calle a buscar ese voto, sus discursos estuvieron llenos de promesas, de llamamientos al trabajo mancomunado, de esperanzas proyectadas al futuro. El hoy ocupante del Palacio de López apeló unas veces a la conciencia ciudadana, otras al corazón de los paraguayos y, en general, ejerció todas las artes de seducción de masas que le habrán inculcado sus asesores de campaña. Joven, con una familia en crecimiento, era la figura que contrastaba con algunos antecesores que parecían una copia en negativo. Pero una vez apoltronado en Palacio, el talante cambió, su vis comunicacional se comprimió en algunos tips de agencias de publicidad y el único momento en que debiera hacer click con sus compatriotas, se convierte en un ujier leyendo un acta notarial, frío, impersonal, de visión perdida en el horizonte.
Una pena, una decepción.
Pero aún le quedan dos oportunidades para ensayar otra fórmula. Por ejemplo, preparar un coqueto informe impreso con estadísticas, cuadritos, gráficos e infografías que entregará al Presidente del Congreso para luego, al estilo de las “charlas junto al fuego” de Roosevelt, hablarle a la gente en su idioma, en su tono, compartiendo temores, esperanzas y visiones. Mostrar, en suma, que en la Presidencia de la República no está un autómata sino un hombre de carne y hueso. Por ahí, quien sabe, lo logra.