Con una regularidad que ya se conocía en los días en que Sebastián Gaboto descubrió la tierra de los guaraníes navegando la cuenca del Plata, el río Paraguay se ha retirado a cotas de sequía, dejando expuesta la miseria de nuestra “civilización”: montañas de basura, la mayor parte no degradable por ese solvente universal llamado agua. Es un panorama tercermundista que revela la inutilidad de las administraciones municipales, especialmente las que integran con Asunción el área metropolitana.
La basura sólida y la orgánica son un negocio en todo el mundo organizado, que la maneja como materia prima de procesos que generan subproductos totalmente aprovechables. Los grandes complejos de reciclado lo aprovechan todo: metales, madera, plástico, vidrio, papel, cartón y materia orgánica. Estos procesos ocupan mucha mano de obra, dejan renta al concesionario y hasta llegan a producir gas metano suficiente para mover generadores eléctricos.
Claro que para que un complejo con estas prestaciones funcione se necesita escala, un volumen determinado de residuos que justifiquen toda la estructura. Esa escala hace tiempo ya la alcanzó la gran mancha urbana que rodea Asunción, sólo que cada municipio funciona individualmente, con pequeñas cotas asignadas a microempresas que lo único que hacen es juntar la basura domiciliaria y tirarla en un zanjón cualquiera. De esa manera, lo que funcionaría como una solución para todos no es sino un conjunto de boliches particulares, operados casi siempre en colusión con las administraciones comunales. Negocio para pocos, mugre para todos.
Existe un organismo denominado REMA (Región Metropolitana de Asunción) que ha alumbrado algo llamado PEMA (Plan Estratégico Metropolitano de Asunción) dentro del cual funciona el POTAMA (Plan de Ordenamiento Territorial del Área Metropolitana de Asunción) y también el GEAM (Gestión Ambiental para el Desarrollo Sustentable), además del o la ZOMA que vaya uno a saber qué significa. Toda esta maraña organizacional ha producido montañas de diagnósticos. Pero la basura sigue siendo tirada a los arroyos, convirtiéndose en lagunas infectas con cada creciente para quedar expuesta como un colchón nauseabundo en el lecho de la bahía y del rio Paraguay con cada bajante, síntesis de la más redomada inopia administrativa municipal.